Suena
el timbre de última hora. Lucía y yo nos levantamos corriendo, recogemos y
bajamos las escaleras a la velocidad de la luz. Cuando llegamos a las taquillas
jadeando, doblo el papel y la meto en la taquilla 229.
Solo
queda que la lea.
Bajamos
las escaleras con la misma expresión; una sonrisa. Lucía es una de esas personas
que, probablemente, se alegra más de las cosas ajenas que de las propias, por
eso está tan ilusionada como yo.
Al
llegar abajo cojo la bici y le acompaño hasta la parada del bus.
–¿Sigues
sin querer venir conmigo, no? –Me dice ella, adivinando la respuesta.
–Sí. Si
quieres que vayamos juntos a casa, tendrás que comprarte una bicicleta.
–Mmm…
–Murmura –.No es mala idea, me lo pensaré –.Se sube al autobús y me despide con
la mano.
No hemos mencionado más sobre el tema de la
nota porque ya lo hemos hablado durante todo el día y no nos queda más qué
decir.
Entonces
empiezo a pedalear. Como siempre, mi corazón necesita pensar en Ángela, pero
evito pensar en ella para no ponerme nervioso. Bueno, más de lo que estoy.
Aunque resulta casi imposible no pensar en lo que te hace sonreír todos los
días, en la razón por la que la ilusión vuelve a florecer en ti. Resulta
imposible no pensar en la felicidad; y ella es mi felicidad.
Cuando
me quiero dar cuenta, ya estoy bordeando la esquina que me lleva a mi calle; desde
luego, Ángela es mi pasatiempo favorito.
Llego a mi casa y al abrir la puerta descubro que, como casi siempre, no
hay nadie. Aunque cada vez estoy más acostumbrado a estar solo en casa, ya no
tengo miedo a los monstruos del armario y esas cosas.
Así que voy a la cocina, como, hago los
deberes –que hoy son incluso menos que ayer –y entro en mi habitación para
prepararme.
Paso
media hora probándome cosas, aunque me gusten todas. Más que nada, lo hago para
pasar el rato. Al final me quedo con unos pantalones azules y una camisa
blanca, de lo más sencillo. Después voy al baño y me peino mi precioso pelo, (
porque otra cosa no, pero mi pelo es precioso. Hay que ser realistas) me lavo
los dientes y me miro al espejo; no voy mal. Me quedo mirándome un rato más por
puro aburrimiento mientras pienso en por qué seré tan “popular” entre las
chicas. Yo me veo de lo más normal a excepción del pelo, que es lo único que
destaca en mí. O al menos eso creo…
No
pienso más en el tema porque es algo que me resulta imposible de saber, así que
me voy del baño y me tiro en el sofá para entretenerme un poco. Y al cabo de un
rato miro el reloj: 17:30. La cita es en media hora. ¡Por fin!
Salgo
de casa corriendo sin apagar la televisión, aunque no vaya a llegar tarde. Con
la mente casi en blanco –a excepción de las misma cosas…bueno, de la misma
cosa de siempre –llego al Parque Lluvia.
He
elegido este lugar para la cita porque, aunque sea el parque más grande que hay
en esta ciudad me parece íntimo, precioso y mágico. Precisamente lo que es
Ángela, con respecto a las últimas dos cosas.
Me
siento en un banco de la entrada a esperar a la razón de mi sonrisa. Todavía
quedan 10 minutos para las 18:00, pero a pesar de saberlo, miro el reloj cada
dos segundos: los nervios hacen acto de presencia. Entonces empiezo a pensar en
qué haremos. Y más importante, en qué haré yo cuando la vea. Espero no ponerme
aún más nervioso y empezar a decir cosas estúpidas…
Miro el
reloj de nuevo; las 18:05. Bueno, estará al caer. Me levanto, como preparándome
para la llegada.
18:15.
18:25.
18:30.
Vale.
¿Qué está pasando? He empezado a dar vueltas y la gente ya me mira con lástima.
Son las 18:30. ¿Por qué no está aquí?
Un
sentimiento empieza a recorrerme el cuerpo, dejándome casi sin respiración. En
la nota ponía en el Parque Lluvia, aunque no haya dicho en qué parte del
parque, pero es que resulta obvio. Esta es la entrada principal. Aunque a lo
mejor ha entrado por otra…
Aferrándome
a eso empiezo a correr. Subo cuestas, las bajo, giro a izquierda y a derecha,
me meto en sitios cerrados, recintos…pero no la encuentro. Doy la vuelta
completa al parque tres veces, y esta vez ni a la tercera he vencido…estoy
desconcertado.
Me
siento de nuevo en el mismo banco de la entrada para respirar un poco.
En mi mente, solo ronda una pregunta: ¿Por qué?
–¿Mal
de amores, chico? –Dice una voz detrás de mí, asustándome.
Me giro
y veo a un anciano mirándome. Éste da la vuelta al banco y se sienta al lado mío.
–Bueno…
–digo con vergüenza –Se podría decir que sí.
–Especifiquemos;
Un plantón, ¿no? –Dice amigablemente.
–En
toda regla.
–Te he
estado contemplando toda la tarde. Eres grande, chico. –El comentario me pilla
por sorpresa y le miro con cara desconcertada. – Créeme. Llevo viniendo a este
parque todas las tardes desde hace mucho tiempo, y nunca he presenciado algo así
en un jovencito de…
–17, 17
años. –Digo, aún sin entender –Pero ¿a qué se refiere?
–Muchos
chicos han venido aquí, han esperado 10 minutos y se han ido. Después han
aparecido chicas buscándoles y se han ido con el corazón roto. “Si me quiere,
me
buscará”
pero si los dos piensan lo mismo, la historia no acaba bien. Nunca acaba bien.
–Me quedo callado, asimilando lo que me ha dicho. ¿Adónde quiere llegar? –Tú,
sin embargo, has esperado y después la has buscado, sin rendirte. Solo por eso,
por el simple hecho de no rendirte, ya eres un héroe.
–¿Yo?
¿Un héroe, yo? La he buscado por desesperación. Pero no ha venido, simplemente
ella no me quiere, es algo evidente. Porque si lo hiciera, ¿por qué no ha
venido? Esto no es ser un héroe, es ser un estúpido. –Digo agachando la cabeza.
–Hey,
nunca digas eso. Enamorarse no es de estúpidos, es de humanos.
Levanto
la cabeza de golpe; “enamorarse”. Nunca había valorado esa palabra ni su
significado. ¿Qué es enamorarse? ¿No poder vivir sin la otra persona? ¿Sonreír
cada vez que piensas en ella? ¿Encontrar adorables hasta sus defectos? ¿Qué te
tiemblen las piernas cuando está cerca? Porque si es eso, están enamoradas
hasta mis pestañas.
–E…ena…enamorado…
–Digo muy despacio con la mirada perdida.
–¡Bravo,
chico! ¡Ya has aprendido una nueva palabra! –Dice irónicamente, logrando que
me ria. –Muchacho, no me sé la historia completa, pero esa chica va a caer en
tus brazos, como que me llamo Manuel. Si estás realmente enamorado, el Universo
conspirará para darte lo que deseas, y en este caso es ella.
Sonriendo,
me levanto y le doy la mano mientras digo:
–Muchísimas
gracias, Manuel. Me ha ayudado mucho. ¿Está aquí todas las tardes, no? Vendré a
verle cuando necesite consejo.
–O
cuando la consigas –Dice con una sonrisa pícara –.Aquí estaré. Para lo que
necesites. Ahora vete a casa, que ya es tarde.
–¡Hasta
la próxima! –Digo mientras empiezo a correr hacia casa.
No es
que sea tan tarde; son las 9:30. Pero necesito correr, para… ¿liberarme? No sé,
puede que sea porque estoy excitado. Porque ese señor tiene algo que me ha
hecho creerle, a pesar de ser un total desconocido. Aunque no me haya dicho
nada importante, me ha dado fuerzas. Fuerzas para seguir. Fuerzas no rendirme.
Fuerzas para ser un héroe.
* * *
En
cuanto entro a casa mi madre viene donde mí, sonriente. Estas son las horas que
más espero durante el día, porque mi madre y yo no coincidimos, respecto a
horarios, por eso aprovecho las noches para hablar con ella, o simplemente
estar a su lado. Y lo que más me gusta es que siempre sonríe, aunque esté
cansada. Pero la sonrisa que tiene hoy es distinta, es…más brillante, más
verdadera, más feliz.
–Mamá,
¿a qué viene esa sonrisaza?
–¡Hijo!
¿A que no adivinas qué ha pasado hoy?
–No sé…dime
tú. –Digo mientras me quito las playeras.
–La
encargada de las tiendas en la que trabajo… ¡Se ha jubilado! –Dice eufórica.
–Y eso
significa que…
–¡¡SOY LA NUEVA ENCARGADA !! ¡Me han
ascendido!
–¿Qué?
¿De verdad? ¡¡Eso es genial!! ¿Fuera horarios apretados?
–¡Fuera,
del todo! –Dice abrazándome.
Sinceramente
se lo merece, lleva muchísimo tiempo dejándose la piel por las tiendas, y el
nuevo trabajo de encargada es más llevadero y con algo más de recompensa.
–Me
alegra un montón, mamá. Lo tienes merecido. –La digo sonriendo.
El
resto de la noche pasa como siempre. Para mi sorpresa no he pensado mucho en Ángela;
ese hombre me ha dado confianza. No sé lo que haré, pero conseguiré algo a mi
favor. Aún me quedan 3 días, ¿no? En 72 horas se pueden hacer milagros.
A la
mañana siguiente me despierto, me visto y me preparo para ir al instituto.
Exactamente igual que todas las mañanas. Pero, de repente, se me ocurre la idea
de llamar por teléfono a Lucía y contarle lo que me pasó ayer, para mantenerla
informada.
–¿Diga?
–Contesta Lucía adormilada.
–Lucía,
soy David.
–¡¡DAVID!!
¿Qué tal ayer? Menos mal que me llamas por esto, porque me has despertado, te
levantas muy pronto, ¿eh?– Dice atropelladamente. Se ve que está despierta del
todo.
–Sí, es
que desayuno en la cafetería. Bueno, a ver…–empiezo a decir.
–¿Estáis
saliendo ya, no? ¿Se lo aclaraste? Qué boni…
–No
fue. –Digo interrumpiéndole.
–¿C-cómo?
–Lucía,
no se presentó. No fue.
–Oh…David,
lo siento mucho. Pensé que funcionaría. A lo mejor no leyó la nota… –Dice, como
disculpándose.
–Sí, la
tuvo que leer. Pero ¿sabes? No estoy triste. Hablé con un señor y me dio
fuerzas. Voy a enamorar a Ángela.
–¿Qué hablaste
con un señor? –Dice ella desconcertada.
–Sí,
una larga historia. Bueno, solo quería que supieras eso. Te veo luego en el
insti, ¿vale?
–Estás
loco, David. Venga, hasta luego. –Dice riéndose mientras cuelga el teléfono.
Poso el
teléfono, cojo la mochila y bajo hasta encontrar mi bici. Hoy pedaleo rápidamente,
he perdido tiempo hablando con Lucía y los chicos tendrán hambre.
Como
siempre, llego el último.
–¡Chaval!
Hoy has tardado, ¿eh? –Dice Jesús.
–Lo
siento. –Digo sin dar más explicaciones. – ¿Qué tienes pensado decirle hoy a
Adriana? –Digo, dirigiéndome a Marcos con una sonrisa burlona. –
–¡Por
fin! Echaba de menos tu humor, David. –Dice Mario.
–¿Qué?
–Pregunto.
–Sí, últimamente
estabas un poco…ido. –Aclara Alejandro.
–¿En
serio? –Digo incrédulo.
–Si,
pero nada, no te preocupes. ¿Vamos? ¡Me muero de hambre! –Dice Pablo.
He
estado ido… ¿desde cuándo? ¿Les he dado
de lado todo este tiempo? No lo comprendo…
Entramos
a la cafetería revoltosamente. Adriana nos saluda con cariño y nos sentamos en
la mesa de siempre. Desayunamos tranquilamente hablando del verano que se
aproxima: adónde vamos a ir, qué vamos a hacer juntos, qué fichajes tienen…y en
mitad de la conversación, ladeo la cabeza y veo algo que me deja helado. Algo
que me riza el vello de emoción. Algo hermoso.
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