Apago
el despertador; las 7:00 de la mañana. Me pongo de pie después de dar un largo
bostezo. Miro por la ventana. Guay, hoy hace sol…espera, sol, ¿sol? ¡¡SOL!!
¡Por fin sale el sol! Desde que me mudé el año pasado al norte he visto el sol
pocas veces en verano y nunca había sido tan deslumbrante como hoy. Esto me
arranca una sonrisa: Me recuerda a mi antiguo hogar.
Soy
malagueña, aunque no se note por la palidez de mi piel. En enero del año pasado
me tuve que mudar a Santander por cuestiones del trabajo de mi padre. Me
matriculé en un instituto del cual me habían hablado muy bien y me admitieron.
Al principio estaba triste, echaba de menos Málaga, pero el primer día de clase
algo, bueno…alguien me alegró la estancia aquí, él es…no –Sacudo la cabeza.– no,
no puedo, no debo pensar en eso…
Me
estiro y me acerco al armario, donde cojo unos leggins negros, una
camiseta plateada larga y un fular azul turquesa. Voy al baño y me peino mi
larga melena castaña. “¿No podrías ser un poco más rizado, maldito pelo?” Sí,
siempre he querido tener el pelo ondulado, no tan liso como yo lo tengo, pero
nada, no se me arregla, porque cuando me hago rizos se me bajan enseguida. Sin
embargo la gente está enamorada de mi pelo, que si es muy bonito, que si ojalá
el suyo fuera así, que si me lo plancho…
Me
dirijo a la cocina, donde se encuentra mi madre haciéndome el desayuno:
-¡Buenos
días, Angelita! ¿Has visto qué sol hace hoy?
-Sí,
¡es genial! Estaba empezando a olvidar para qué servían las gafas de sol.
–Sonrío.
Soy una
chica alegre, o al menos eso dicen. Sonrío muy fácilmente y puedes hacerme reír
con cualquier tontería. Mis amigas dicen sentirse graciosas a mi lado, cosa que
las encanta.
Desayunamos
juntas y cuando me levanto para dejar la
taza en el fregadero mi madre se levanta de la silla enérgicamente y grita:
-¡¿A
que no sabes qué?! ¡NOS VAMOS DOS SEMANAS Y MEDIA A MÁLAGA EN CUANTO TERMINES
LAS CLASES!
-¡Oh,
Dios mío! ¿De verdad? ¡¡SÍ!! ¿Le han dado vacaciones a papá? ¿Seguro? Mira que
el año pasado al final no pudimos ir.
-¡Es
más que seguro, cielo! Qué ganas, ¿tú tienes ganas? ¡YO TENGO MUCHAS! Y encima ¡podrás
ver a Jaime!-Dice nerviosa y eufóricamente. Entonces me tenso y me pongo algo
más seria: Jaime es mi ex, a quién dejé al irme por la distancia que se
impondría entre nosotros. Pero le prometí que cuando volviera, aunque fuera por
un tiempo, recuperaríamos el tiempo perdido. Y ahora no estoy segura de querer
eso.
-Ajá.
–Evito el comentario.– ¿Y cuándo nos vamos?
-Cuando
quieras.
-¿Qué
te parece el 1 de julio? Así podré descansar un poco por aquí antes de irnos.
Estar un poco con mis amigas…
-¡Perfecto!
Ahora le mando un mensaje a tu padre, porque si le llamo al teléfono de la
oficina a lo mejor me muero de asco con lo que tardan… ¡Ay! Anda vete, corre,
que al final llegarás tarde, hija.
Mi
madre es…bueno, es alegre como yo, pero de una forma bastante más histérica.
Además habla mucho, muchísimo. Si estás con ella, os aseguro que el silencio no
acompañaría la estancia.
Me lavo
los dientes y salgo de casa a las 7:52. Empiezo a andar. Siempre voy andando,
me gusta, es uno de los pocos momentos de soledad que tengo en el día, necesito
unos instantes para hablar conmigo misma, organizarme el día y mis
pensamientos. Aunque prefiero estar en compañía; para mí estar sola mucho
tiempo es tener espacio para pensar
profundamente en tus problemas, aunque sean pocos. Por lo tanto te comes
el coco y la tristeza se apodera de ti
poquito a poco. Y si me pasa eso tendría que esforzarme para que no se me
notara, porque aunque en algún momento no sea tan feliz como siempre, intento
sonreír. La tristeza es un veneno que se extiende muy fácilmente y el único
antídoto es una bonita sonrisa.
Llego
al instituto a las 8:10. Genial, hoy he llegado demasiado pronto. Y ninguna de
mis amigas está aquí a estas horas. Y bien pensado es lógico, yo también
intento estar aquí metida el menor tiempo posible.
Entro y
empiezo a dar vueltas. El instituto es bastante grande. Tiene tres plantas,
pero muy amplias. De hecho, hay clases vacías que los profesores usan para
guardar material, cosa que no ocupa casi nada, pero al menos dicen tener un
uso.
En la
planta baja está recepción y consejería, la gran biblioteca, el salón de actos
y la cafetería. Empiezo mi tour por la biblioteca, camino hasta la
esquina en donde se encuentra y me detengo de repente. Queda demostrado algo
que ya se sabía: Soy idiota;la biblioteca aún no ha abierto.
Sigo
pegada la pared hasta dar con el salón de actos, que se encuentra en absoluta
oscuridad. ¿Qué se supone que estoy haciendo? De repente, se me ocurre una
idea: Voy a comprarme algo en la cafetería y así mato el tiempo.
Camino
hasta allí con decisión y empujo la puerta cuidadosamente. Me asomo antes de
entrar y entonces le veo. Ahí está, sentado con sus amigos mientras hablan con
Adriana, la camarera. Mierda. No, no, no, no, no, no, no. No puedo estar por la
cafetería tan tranquila mientras él está ahí, mirándome…espera, ¿me habrá
visto? No, creo que no. Me echo hacia atrás y dejo que la puerta se cierre
sola. No, no estoy dispuesta a volver a cruzarme con los ojos verdes de David,
sería demasiada tentación.
Me
quedo mirando a la puerta y subo las escaleras para ir al baño para lavarme la
cara e intentar despejarme un poco. Mientras, pienso en cuando le vi por
primera vez:
Mi
primer día en este instituto. 24 de enero, 9:45 de la mañana. Clase de Inglés.
Recuerdo esos datos perfectamente, porque experimenté algo totalmente
desconocido para mí hasta ese momento, puesto que lo primero que vi en cuanto
entré por la puerta fueron esos ojos, sus ojos, los ojos del chico más
impresionante que había visto en mi vida. Y para mi suerte me pusieron en
frente de él. Me senté sonriendo después de presentarme y la profesora empezó a
dar una charla. No, no sé de qué era la charla, estaba muy ocupada pensando por
qué se me había parado el corazón cuando le miré. ¿Era eso a lo que llamaban
amor a primera vista? Sentía una extraña sensación de felicidad e incredulidad.
Así que estuve pensando en cómo hablarle, cómo acercarme a él y me decidí a decirle
lo primero que se me viniese a la mente, porque no podía pensar con más
claridad. Y en cuanto sonó el timbre me giré y le dije:
-Hola,
emm…no creo que te haga mucha gracia hablar conmigo, pero solo quería decirte
que si me…me…¿Me podrías enseñar el instituto? Es que es muy probable que me
pierda, conociéndome…-Le sonreí y para mi sorpresa, él también lo hizo. Y con
toda la amabilidad del mundo me enseñó el instituto. Desde luego, fueron los 20
minutos con mejores vistas de mi vida, y no me refiero a las vistas del edificio.
Miro el
reloj: las 8:25. Abro la puerta del baño y ando hacia las taquillas, donde sé
que le voy a encontrar. Las taquillas…precisamente no es un lugar que me traiga
muy buenos recuerdos, allí es donde tomé una decisión que me resultó, y me
sigue resultando muy difícil:
Dos
semanas después de mi llegada, a última hora. David y yo nos acompañábamos
mutuamente a las taquillas. Nos llevábamos genial, y se notaba mucha química
entre nosotros, todo era perfecto. Pero entonces abrió su taquilla y cayeron un
gran número de notitas. Yo ya sabía que David era popular, pero nunca me
imaginé que sería así de rastrero…utilizaba a aquellas tontas para divertirse,
¿sino cómo se explica que tenga cada día 20 notas de niñas con esperanzas que
él no destruye? ¿Por qué juega así con ellas? ¿No las puede decir que le dejen
en paz y punto? No es culpa suya que se enamoren tontamente de alguien
imposible…
Y
entonces me di cuenta, David también era imposible para mí, es ridículamente
perfecto…pero lo peor de todo, lo que más me dolió…fue que uno de esos papeles
odiosos era mío. Pero no puse lo que las demás, no puse lo dulce y guapo que
era, eso son cosas evidentes. En mi papel ponía un sitio y una hora, para
vernos fuera del instituto. Sé que es cobarde comunicárselo así, pero no me
atrevía a hacerlo de otra manera.
Entonces
él vio mi expresión disgustada y debió pensar que lo que me fastidiaba era que
tantas chiquitas andasen detrás de él y tiró a la basura las notitas
(incluyendo la mía) como para demostrarme que a él eso no le importaba. Pero
era muy tarde, yo ya tomé la decisión de olvidarme de él, de ignorarle, de
quitármelo de la cabeza para no hacerme ilusiones estúpidas. Y bueno, lo he
conseguido…creo.
Abro mi
taquilla, la 229. La de él es la 228, no hace falta pensar mucho para saber que
estamos al lado. Esto, y que me siento delante de él todavía, son factores que
me dificultan mucho el no mirarle siquiera. Suena el timbre y David sale
corriendo escaleras arriba, yo guardo los libros, cierro y hago lo mismo.
Llego a clase y me siento. Él ya está sentado
detrás de mí, recostado sobre el respaldo de la silla. Unos momentos antes de que suene el siguiente
timbre de aviso, Lucía, una de mis mejores amigas de Santander (que también
tengo otras en Málaga) se acerca a mí y
dice:
-Ángela,
tía, 5 días y nos vamos de aquí PA-RA-SIEM-PRE.
Yo la
sonrío a la vez que me doy cuenta: ¡5 días y le perderé de vista, para siempre!
Ya no hay vuelta atrás, tengo que ignorar a David 120 horas más y se acabó.
Tengo que conseguirlo, no hay vuelta atrás, no puedo caer. No a estar alturas.
Llevo más de un año sin hablarle así que ¿por qué lo voy a hacer ahora? Solo
tengo planeado mirarle una vez más y será como despedida, solo eso. Y después
lo único que me quedará de él serán las imágenes de su sonrisa que vagarán por
mi cabeza, porque es eso lo que quiero…¿no?