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martes, 31 de julio de 2012

2º Capítulo: ELLA.


Apago el despertador; las 7:00 de la mañana. Me pongo de pie después de dar un largo bostezo. Miro por la ventana. Guay, hoy hace sol…espera, sol, ¿sol? ¡¡SOL!! ¡Por fin sale el sol! Desde que me mudé el año pasado al norte he visto el sol pocas veces en verano y nunca había sido tan deslumbrante como hoy. Esto me arranca una sonrisa: Me recuerda a mi antiguo hogar.

Soy malagueña, aunque no se note por la palidez de mi piel. En enero del año pasado me tuve que mudar a Santander por cuestiones del trabajo de mi padre. Me matriculé en un instituto del cual me habían hablado muy bien y me admitieron. Al principio estaba triste, echaba de menos Málaga, pero el primer día de clase algo, bueno…alguien me alegró la estancia aquí, él es…no –Sacudo la cabeza.– no, no puedo, no debo pensar en eso…

Me estiro y me acerco al armario, donde cojo unos leggins negros, una camiseta plateada larga y un fular azul turquesa. Voy al baño y me peino mi larga melena castaña. “¿No podrías ser un poco más rizado, maldito pelo?” Sí, siempre he querido tener el pelo ondulado, no tan liso como yo lo tengo, pero nada, no se me arregla, porque cuando me hago rizos se me bajan enseguida. Sin embargo la gente está enamorada de mi pelo, que si es muy bonito, que si ojalá el suyo fuera así, que si me lo plancho…
Me dirijo a la cocina, donde se encuentra mi madre haciéndome el desayuno:
-¡Buenos días, Angelita! ¿Has visto qué sol hace hoy?
-Sí, ¡es genial! Estaba empezando a olvidar para qué servían las gafas de sol. –Sonrío.

Soy una chica alegre, o al menos eso dicen. Sonrío muy fácilmente y puedes hacerme reír con cualquier tontería. Mis amigas dicen sentirse graciosas a mi lado, cosa que las encanta.  
Desayunamos juntas  y cuando me levanto para dejar la taza en el fregadero mi madre se levanta de la silla enérgicamente y grita:
-¡¿A que no sabes qué?! ¡NOS VAMOS DOS SEMANAS Y MEDIA A MÁLAGA EN CUANTO TERMINES LAS CLASES!
-¡Oh, Dios mío! ¿De verdad? ¡¡SÍ!! ¿Le han dado vacaciones a papá? ¿Seguro? Mira que el año pasado al final no pudimos ir.
-¡Es más que seguro, cielo! Qué ganas, ¿tú tienes ganas? ¡YO TENGO MUCHAS! Y encima ¡podrás ver a Jaime!-Dice nerviosa y eufóricamente. Entonces me tenso y me pongo algo más seria: Jaime es mi ex, a quién dejé al irme por la distancia que se impondría entre nosotros. Pero le prometí que cuando volviera, aunque fuera por un tiempo, recuperaríamos el tiempo perdido. Y ahora no estoy segura de querer eso.
-Ajá. –Evito el comentario.– ¿Y cuándo nos vamos?
-Cuando quieras.
-¿Qué te parece el 1 de julio? Así podré descansar un poco por aquí antes de irnos. Estar un poco con mis amigas…
-¡Perfecto! Ahora le mando un mensaje a tu padre, porque si le llamo al teléfono de la oficina a lo mejor me muero de asco con lo que tardan… ¡Ay! Anda vete, corre, que al final llegarás tarde, hija.
Mi madre es…bueno, es alegre como yo, pero de una forma bastante más histérica. Además habla mucho, muchísimo. Si estás con ella, os aseguro que el silencio no acompañaría la estancia.
Me lavo los dientes y salgo de casa a las 7:52. Empiezo a andar. Siempre voy andando, me gusta, es uno de los pocos momentos de soledad que tengo en el día, necesito unos instantes para hablar conmigo misma, organizarme el día y mis pensamientos. Aunque prefiero estar en compañía; para mí estar sola mucho tiempo es tener espacio para pensar  profundamente en tus problemas, aunque sean pocos. Por lo tanto te comes el coco y  la tristeza se apodera de ti poquito a poco. Y si me pasa eso tendría que esforzarme para que no se me notara, porque aunque en algún momento no sea tan feliz como siempre, intento sonreír. La tristeza es un veneno que se extiende muy fácilmente y el único antídoto es una bonita sonrisa.

Llego al instituto a las 8:10. Genial, hoy he llegado demasiado pronto. Y ninguna de mis amigas está aquí a estas horas. Y bien pensado es lógico, yo también intento estar aquí metida el menor tiempo posible. 

Entro y empiezo a dar vueltas. El instituto es bastante grande. Tiene tres plantas, pero muy amplias. De hecho, hay clases vacías que los profesores usan para guardar material, cosa que no ocupa casi nada, pero al menos dicen tener un uso.

En la planta baja está recepción y consejería, la gran biblioteca, el salón de actos y la cafetería. Empiezo mi tour por la biblioteca, camino hasta la esquina en donde se encuentra y me detengo de repente. Queda demostrado algo que ya se sabía: Soy idiota;la biblioteca aún no ha abierto.
Sigo pegada la pared hasta dar con el salón de actos, que se encuentra en absoluta oscuridad. ¿Qué se supone que estoy haciendo? De repente, se me ocurre una idea: Voy a comprarme algo en la cafetería y así mato el tiempo.

Camino hasta allí con decisión y empujo la puerta cuidadosamente. Me asomo antes de entrar y entonces le veo. Ahí está, sentado con sus amigos mientras hablan con Adriana, la camarera. Mierda. No, no, no, no, no, no, no. No puedo estar por la cafetería tan tranquila mientras él está ahí, mirándome…espera, ¿me habrá visto? No, creo que no. Me echo hacia atrás y dejo que la puerta se cierre sola. No, no estoy dispuesta a volver a cruzarme con los ojos verdes de David, sería demasiada tentación.


Me quedo mirando a la puerta y subo las escaleras para ir al baño para lavarme la cara e intentar despejarme un poco. Mientras, pienso en cuando le vi por primera vez:
Mi primer día en este instituto. 24 de enero, 9:45 de la mañana. Clase de Inglés. Recuerdo esos datos perfectamente, porque experimenté algo totalmente desconocido para mí hasta ese momento, puesto que lo primero que vi en cuanto entré por la puerta fueron esos ojos, sus ojos, los ojos del chico más impresionante que había visto en mi vida. Y para mi suerte me pusieron en frente de él. Me senté sonriendo después de presentarme y la profesora empezó a dar una charla. No, no sé de qué era la charla, estaba muy ocupada pensando por qué se me había parado el corazón cuando le miré. ¿Era eso a lo que llamaban amor a primera vista? Sentía una extraña sensación de felicidad e incredulidad. Así que estuve pensando en cómo hablarle, cómo acercarme a él y me decidí a decirle lo primero que se me viniese a la mente, porque no podía pensar con más claridad. Y en cuanto sonó el timbre me giré y le dije:
-Hola, emm…no creo que te haga mucha gracia hablar conmigo, pero solo quería decirte que si me…me…¿Me podrías enseñar el instituto? Es que es muy probable que me pierda, conociéndome…-Le sonreí y para mi sorpresa, él también lo hizo. Y con toda la amabilidad del mundo me enseñó el instituto. Desde luego, fueron los 20 minutos con mejores vistas de mi vida, y no me refiero a las vistas del edificio.

Miro el reloj: las 8:25. Abro la puerta del baño y ando hacia las taquillas, donde sé que le voy a encontrar. Las taquillas…precisamente no es un lugar que me traiga muy buenos recuerdos, allí es donde tomé una decisión que me resultó, y me sigue resultando muy difícil:
Dos semanas después de mi llegada, a última hora. David y yo nos acompañábamos mutuamente a las taquillas. Nos llevábamos genial, y se notaba mucha química entre nosotros, todo era perfecto. Pero entonces abrió su taquilla y cayeron un gran número de notitas. Yo ya sabía que David era popular, pero nunca me imaginé que sería así de rastrero…utilizaba a aquellas tontas para divertirse, ¿sino cómo se explica que tenga cada día 20 notas de niñas con esperanzas que él no destruye? ¿Por qué juega así con ellas? ¿No las puede decir que le dejen en paz y punto? No es culpa suya que se enamoren tontamente de alguien imposible…
Y entonces me di cuenta, David también era imposible para mí, es ridículamente perfecto…pero lo peor de todo, lo que más me dolió…fue que uno de esos papeles odiosos era mío. Pero no puse lo que las demás, no puse lo dulce y guapo que era, eso son cosas evidentes. En mi papel ponía un sitio y una hora, para vernos fuera del instituto. Sé que es cobarde comunicárselo así, pero no me atrevía a hacerlo de otra manera.
Entonces él vio mi expresión disgustada y debió pensar que lo que me fastidiaba era que tantas chiquitas andasen detrás de él y tiró a la basura las notitas (incluyendo la mía) como para demostrarme que a él eso no le importaba. Pero era muy tarde, yo ya tomé la decisión de olvidarme de él, de ignorarle, de quitármelo de la cabeza para no hacerme ilusiones estúpidas. Y bueno, lo he conseguido…creo.

Abro mi taquilla, la 229. La de él es la 228, no hace falta pensar mucho para saber que estamos al lado. Esto, y que me siento delante de él todavía, son factores que me dificultan mucho el no mirarle siquiera. Suena el timbre y David sale corriendo escaleras arriba, yo guardo los libros, cierro y hago lo mismo.
 Llego a clase y me siento. Él ya está sentado detrás de mí, recostado sobre el respaldo de la silla.  Unos momentos antes de que suene el siguiente timbre de aviso, Lucía, una de mis mejores amigas de Santander (que también tengo otras en Málaga) se acerca a mí  y dice:
-Ángela, tía, 5 días y nos vamos de aquí PA-RA-SIEM-PRE.
Yo la sonrío a la vez que me doy cuenta: ¡5 días y le perderé de vista, para siempre! Ya no hay vuelta atrás, tengo que ignorar a David 120 horas más y se acabó. Tengo que conseguirlo, no hay vuelta atrás, no puedo caer. No a estar alturas. Llevo más de un año sin hablarle así que ¿por qué lo voy a hacer ahora? Solo tengo planeado mirarle una vez más y será como despedida, solo eso. Y después lo único que me quedará de él serán las imágenes de su sonrisa que vagarán por mi cabeza, porque es eso lo que quiero…¿no?


sábado, 28 de julio de 2012

1er Capítulo: ÉL.


Apago el despertador; 7:20 de la mañana. Lo que significa que empieza otro interminable día de finales de curso. 2º de bachiller ha sido totalmente agotador, pero por fin, en 5 días la dulce textura del verano nos encandilará tras un duro, solitario y lluvioso año.

Me levanto de la cama y me pongo los pantalones. Se podría decir que visto bien, sencillo, pero bien. No soporto ser de los que se ponen un chándal hasta para ir a una boda. Mientras me visto, pienso en si hoy el sol brillará o no. Es como un juego que hago conmigo mismo, sin premio si acierto, pero un juego. Subo las persianas. Y tanto que brilla, brilla como nunca antes había visto. Sonrío: acerté. Es bastante difícil que aquí, en el norte haga sol, pero hoy por fin el día me sonríe.

Hago la cama y voy directo al baño. Me miro en el espejo y me peino. Cosa, para mí, de lo más importante, porque adoro mi pelo. Probablemente sea porque por aquí no se ve a ningún rubio como yo, no es habitual. Además lo llevo algo más largo que los demás, de manera que me queda un gran flequillo al lado derecho, completamente liso.

Cojo la mochila, bajo las escaleras y cojo mi bici. No, no desayuno en casa, prefiero hacerlo en la cafetería del instituto con mis amigos, por eso me levanto tan pronto. Empiezo a pedalear. No es que me pille muy lejos de casa, pero me gusta sentir la libertad que me da la bicicleta. Me da espacio para pensar, aunque la mayoría de las veces no piense en algo en concreto, como es el caso de hoy. Pienso en el verano, en si mi madre estará en casa cuando yo llegue, en si hoy habrá napolitanas en la cafetería, en si el sol significa que hoy habrá algún hecho conmemorable…

Cuando llego, veo a mis amigos montando jaleo en la puerta, esperándome para ir a la cafetería. Siempre llego el último. Dejo la bici atada a la farola de siempre, nos chocamos los cinco y entramos.

La cafetería es grande, y alegremente pintada de amarillo. Hay numerosas mesas colocadas alrededor de la barra que está en el medio y es circular. Solo hay una camarera, Adriana, una joven guapísima que tiene a casi todos los  chavales detrás de ella. Menos a mí, claro.

Nos sentamos los 6, Mario, Jesús, Pablo, Marcos, Alejandro y yo y Adriana nos trae las napolitanas de chocolate y una vaso de leche.
-Pero bueno, que guapa vienes hoy, mi vida.- La piropea Marcos, que viene siendo el guarro del grupo.
-¿Sí? Pues muchas gracias, me ha costado mucho decidir qué ponerme, puesto que siempre llevo el mismo uniforme, ¿sabes?- Bromea Adriana. Si hay algo que realmente me gusta de ella, es su forma de decir las cosas, nunca ofende, simplemente lo dice y después sonríe.
-Ya ves, ya se le está terminando el repertorio de piropos orteras, ¿eh, Marcos?- Le pica Pablo.
Los demás nos reímos y empezamos a comer. El tema de conversación de hoy es de dónde se habrá sacado Marcos esa valentía que tiene para habar con cualquier chica que pase por la calle. Después de terminar el debate, nos levantamos, nos despedimos de Adriana y subimos a las taquillas. Cuando abro la mía, la 228 caen de dentro varios papelitos rosas y blancos doblados por mitad. Oh, bueno, hay algo que aún no he mencionado:  Se puede decir que soy…popular. Cuando las chicas se cruzan por el pasillo conmigo me mandan miradas nerviosas y me sonríen como si hubieran ensayado la “sonrisa perfecta”. Yo suelo responder con otra sonrisa, mayormente forzada, por educación y se alejan suspirando y susurrándose cosas. Sigo sin saber por qué lo hacen. Entonces, como no se atreven a hablarme por alguna remota razón, escriben notitas y me las meten en la taquilla. A mí al principio me gustaba leerlas, me hacían sentir bien, pero ahora me parece ridículo, las que  las escriben son niñas sin cerebro que se aburren e intentan enamorar a un chico que ya las ha insinuado bastante que no quiere nada con ellas y que, lamentándolo mucho, pasa de ellas. Pero ahí siguen; suspirando cuando me miran.

-¿Qué? ¿Cuántas te han escrito hoy?- Me pregunta Mario mientras sube las escaleras para ir a clase.
- Ya no me paro a contarlas –Me río –Supongo que serán las  mismas de siempre. -Digo mientras las meto apresuradamente en la mochila. Ya ni siquiera las leo, siempre dicen lo mismo, es una simple, monótona y sobre todo absurda rutina.
Saco los libros y cuando voy a cerrar la taquilla, noto que se abre la de al lado.
Entonces la veo.
Con su largo y brillante pelo castaño, con sus grandes ojos pardos, con su pálida piel. Ella, la razón por la que me levanto todas las mañanas, la que protagoniza la mayor parte de mis pensamientos en bici, en la que pensé cuando vi el sol radiante esta mañana. Ella: la única chica que me ignora como si fuera un enemigo.

La miro todo lo disimuladamente que puedo. Absolutamente nadie sabe que llevo enamorado de ella de ella desde que llegó al centro el curso pasado. La pusieron en mi clase, concretamente delante de mí. Desde entonces las palabras que salían de la boca del profesor eran completamente ignoradas por mi parte. Estaba demasiado ocupado contemplando cómo mi perdición movía su liso y precioso cabello. Yo solo quería ser el aire que salía de su risa.

Las dos primeras semanas hablábamos, de hecho nos llevábamos muy bien y yo ya estaba pensando en cómo decirla todo lo que sentía. Pero se ve que ella no sentía nada parecido porque un día estando en las taquillas de repente su sonrisa se borró de la cara, sus ojos se tornaron vacíos y a partir de ese momento ella se fue convirtiendo en un sueño inalcanzable para mí. Dejó de dirigirme esas preciosas sonrisas, dejó de mirarme y empezó a atormentarme con la peor arma que podía emplear: su silencio. 

Nunca he tenido el suficiente valor para preguntarla el por qué de esta situación, así que terminó el curso y la perdí de vista todo el verano. Cada noche la pasaba planeando cómo llegar hasta ella, soñando con sus besos, con sus abrazos o simplemente con sus palabras…Me decidí a plantarla cara en cuanto la volviera a ver, pero me pasó algo evidente: La vi tan deslumbrante que se me atragantaron las palabras en la garganta, impidiéndome decirla nada, así que paso el día pensando en ella, en sus labios, en esos labios que, hacía cuanto, se negaban a decirme “hola”.

El timbre me saca de mis pensamientos y me hace dar un brinco, salgo corriendo escaleras arriba y me siento en mi sitio antes de que suene el siguiente timbre de aviso. Ella llega unos 10 segundos después de mí y se sienta en frente, cómo siempre.
Mientras sacamos los libros de la mochila una amiga suya se le acerca y dice:
-Ángela, tía, 5 días y nos vamos de aquí PA-RA-SIEM-PRE.
-¡Sí! Y tenemos todo el verano por delante- Contesta Ángela.


5 días.
Entonces noto una sacudida en el pecho, la desesperación invade mi cuerpo y mi sangre se congela al momento. Porque sí, quedan exactamente 5 días para irme de aquí para siempre, y con eso, dejaré de ver también a la chica de mis sueños. Tengo que hacer algo, porque un “para siempre” sin ella, es demasiado tiempo.