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martes, 5 de febrero de 2013

8º Capítulo: Guerras de agua (Á)


Miro el reloj y acelero la marcha. Lucía y Paula me van a matar. Habíamos quedado a las 6 y son las 6:30 y acabo de salir de casa. No, no, no, no, no, ¿quién me habrá mandado tumbarme al sol en la terraza? Era obvio que me iba a quedar dormida. Con las ganas que tenía de quedar con ellas…

Lucía y Paula son mis dos mejores amigas. Las tres somos inseparables. Tengo muchas más amigas,(tanto en Málaga como aquí)  pero ellas fueron las que se acercaron a mí al llegar al instituto y eso las hace muy especiales. Pero, últimamente Paula ha estado pasando por unos momentos duros tras el divorcio de sus padres, así que la tengo que poner al tanto de todo. Aunque si no me doy prisa Lucía empezará a relatarle mi historia antes de que yo llegue.

Llego a la parada del bus que está a unos 4 minutos de mi casa y veo que el autobús se ha retrasado y queda otra media hora para que pase. Genial, encima me toca ir andando. Llamo a Lucía para avisarla de que llegaré tarde, bastante más tarde, pero le tiene apagado. Entonces llamo a Paula y me coge su madre diciéndome que se ha dejado el móvil en casa. ¿Por qué este día ha empezado tan bien y está acabando así?

Después de 35 minutos andando a paso ligero por fin llego a la bahía, que es donde habíamos quedado. El asma está a punto de matarme por la carrera, así que al  divisar a las chicas saco el inhalador que siempre llevo en el bolso.

–¿Has venido de correr la maratón? –Bromea Lucía mientras me abraza.- Ay, mi asmática impuntual.
–Ahora nos invitas a un refresco.- Me dice Paula sonriendo.
–Perdonadme chicas. Es que me he quedado dormida y el bus no venía…-Empiezo a explicarme mientras caminamos hacia un bar.- Y vosotras ¿para qué tenéis los móviles, guapas?- Paula mira en el bolso y se da cuenta de que no lleva el móvil. Y Lucía enciende el suyo.
–Emm…¡Encima nos echas la culpa de llegar una hora tarde!- Yo sonrío. Sé que no es plato de buen gusto, pero no las ha molestado.
–De verdad que lo siento muchísimo.- Repito.
Entonces Paula y Lucía se paran en medio de la calle y se quedan mirando algo.
-Pues yo no lo sentiría…- Dice entonces Lucía esbozando una sonrisa pícara.
Paula suelta un gritito emocionada.
–Pero ¿qué pasa?- Digo yendo donde están e intentando ver qué las ha llamado la atención.
–Si no llegas a venir tarde, no estarías al lado de…
–¿Ángela? –Dice una voz detrás de mí seguida de un frenazo. Entonces me giro y veo a un chico rubio, con unos ojos más verdes que nunca a causa del sol. Ahora lo entiendo todo.
–Hola, David.- Mascullo intentando disimular la sonrisaza de boba que se me ha puesto. Él me devuelve la sonrisa y se baja de la bici.
Me acerco a él para darle dos besos. Pero él se acerca y me estrecha entre sus brazos, dándome un abrazo asfixiante. No entiendo muy bien por qué lo hace, pero me quedaría así de por vida.

–¡Ohhhh! ¡Cuánto amor!– Canturrean Paula y Lucía viendo la escena. Lo que hace que David me suelte y yo me ruborice un poco. 
–Bueno, y…¿Adónde vas?– Le pregunto a David, evitando uno de esos silencios incómodos que peligraba con asomarse.
–No, vengo de estar con los chicos, pero…–Entonces se queda callado, como escogiendo las palabras. –Hace mucho calor y se han ido todos.
–¿De verdad se van por el calor?– Le pregunto, incrédula.
–Dijo la malagueña –Bromea, sonriéndome. Bueno, supongo que yo podré soportar más calor que ellos, pero no me parece una razón de peso para que chicos de 17 años se vayan a su casa a las 19:00 de la tarde. Aún así, no doy importancia al tema y seguimos la conversación.

Después de 5 minutos Paula nos interrumpe:
–Bueno, tortolitos, Lucía y yo nos vamos a dar un paseo. Que aquí sobramos. – Nos dice con una sonrisa de tonta. Miro a David, que está intentando aguantarse una sonrisa.
–Amm…Vale…pero ¿me llamáis para volver juntas a casa?– Inquiero, con una intención de os-tendré-que-contar-lo-que-ha-pasado en la pregunta.
–Claro. ¡Hasta luego, chicos! –Me echan una última mirada cómplice y se van.
Respiro hondo. Vale, estoy a solas con David, y no estamos en el instituto. Esto es nuevo, y no sé qué hacer.
Antes de decir nada me giro para mirarle y me le encuentro riéndose.
–¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?– Digo sin poder evitar una sonrisa al verle así.
–No sé. La forma en que se han ido.– Dice aún entre risas. –Bueno, ¿te apetece tomar algo?– Yo asiento, aún sin creerme la situación en la que estoy.
Nos dirigimos hacia una cafetería que tiene una gran terraza con vistas al Mar Cantábrico. David se dirige hacia la mesa más apartada y yo me siento en frente. Justo en cuanto tomamos asiento aparece una camarera realmente joven. Debe de tener más o menos de nuestra edad, así que estará aquí de aprendiz.

Una vez que ya hemos pedido -y que la camarera le haya guiñado un ojo a David- clavo la vista en el mar. Observo cómo las olas rompen al llegar a la playa. Cómo la brisa provoca pequeños remolinos con la arena. Cómo una pareja camina de la mano por la orilla, jugando con el agua. Doy un gran suspiro y levanto la vista al cielo.
–Cómo echaba de menos el sol…– Susurro, casi para mí misma.
Me giro para David y me le encuentro con la cabeza ladeada y mirándome dulcemente.
–¿Echas mucho de menos Málaga?– Me pregunta. Supongo que habrá relacionado el comentario.
–Bueno, a veces sí. –Respondo, y me acerco un poco más a la mesa arrastrando la silla. –Pero ahora mismo no.– Suelto, casi sin pensar.
David sonríe abiertamente. Sé que es muy típico decirlo, pero realmente su sonrisa es perfecta. Aunque, a diferencia de muchas otras, es una sonrisa sincera. Todos sus sentimientos salen a la superficie a través de ella.
–Tampoco te dejaría irte.

Pero bueno, ¿qué se supone que debo hacer cuando me dice esas cosas? ¿No sabe que me mata? Sí, es una bonita forma de morir, pero me hace parecer estúpida sonriéndole siempre a modo de respuesta.
–Repito: No me iría nunca. –Justo después de obtener otra sonrisa por su parte, vuelve la camarera con los refrescos.
–Gracias. ­–Murmura David cuando le sirve el suyo.
La camarera se gira hacia mí y me posa el vaso delante.
–Y este para tu novia. –Comenta la camarera. Al ver que nos miramos y nos incomodamos, dice otra vez con intención: –Oh, entiendo. No es tu novia…¡Qué pena! Con lo guapísimo que eres y lo majo que pareces…

Una oleada de calor me recorre por todo el cuerpo. Y no, no es de esas que siento cuando David me abraza, me habla o me sonríe. No, es una de las que te joden viva, porque no hay otra explicación. De esas que se sienten cuando otra se da cuenta de lo increíble que es el chico del que, aunque no quieras admitirlo, estás enamorada. En otras palabras; celos.

–Sí, y realmente lo es, ¿eh?– La respondo con la sonrisa más falsa que soy capaz de poner. –Se percibe a simple vista. Pero…es una lástima que una camarera cuya rutina se resume en servir vasos en mesas y cuya interrupción de la monotonía se basa en ponerte delantal o no, no pueda llegar a su altura. –La suelto, sintiéndome terriblemente mal, pero añadiendo después:– Ah, y las bebidas para llevar, por favor.  

La camarera se queda con la boca abierta, sin saber qué responder. La verdad es que no entiendo por qué he hecho lo que acabo de hacer, pero no he podido controlarme. Yo no soy así. De hecho, no me gusta la gente que es así. Juzgar a otros sin conocer su vida no me parece precisamente algo de lo que pueda presumir que hago; pero lo he hecho. Y me ha salido del fondo del alma. Así que antes de pedirla perdón y quedar mal delante de David, sigo inescrutable mirando cómo recoge los vasos de nuevo y les lleva a la barra para ponerles para llevar.

David se levanta para salir fuera y yo le sigo. Temo que ahora piense que soy la peor persona del mundo, pero su cara no parece mostrar ningún rasgo de molestia. De hecho, empieza a adoptar una expresión divertida a medida que vamos saliendo del local. Hasta el punto de estar riéndose sin ningún disimulo.

Le miro y le vuelvo a preguntar de qué se ríe. Pero éste niega con la cabeza, respira hondo y dice:
–¿Vamos a la playa? –Yo asiento y nos dirigimos hacia allí en silencio, bebiéndonos los refrescos.  

Cuando llegamos, David se quita las playeras y empieza a caminar por la arena. Yo le imito y le sigo hasta la orilla.
–¿No te haría gracia que ahora empezase a salpicarte y acabáramos empapados los dos, verdad? –Me pregunta, adentrándose hasta que el agua le llega por encima de los tobillos.
–Pues no mucho, si te soy sincera. –Digo riéndome. –Eso queda bonito en las películas, pero…–Y en ese instante comienza la guerra que estaba tratando de evitar.

David se gira y empieza a salpicarme con la helada agua de mar. ¿Para qué me pregunta, entonces? Yo corro hacia la arena para intentar evitarlo, pero él me alcanza, me coge en brazos y me va metiendo poco a poco en el mar hasta el punto de estar totalmente calados. Jugamos como dos niños pequeños, más adentrados o en la orilla, pero sin parar de reír.

Después de unos minutos así nos tumbamos en la arena, encima de la chaqueta anteriormente seca que David se había quitado antes de la batallita. Empezamos a hablar y la conversación resulta tan fluida que casi no nos damos cuenta de que el sol se está hundiendo en el cielo. Así que me incorporo un poco y me apoyo con los brazos. Estábamos casi secos, puesto que el sol estaba de nuestro lado, pero mi pelo aún estaba húmedo.

David mira el reloj y se incorpora del todo, aunque no muestre señas de que vaya a irse ya. Me mira, respira hondo y me dice de repente:
–¿Sabes? La mayoría de nuestras conversaciones siguen la misma estructura.
–¿A qué te refieres?– Pregunto, aunque creo saber por dónde van los tiros.
–Son: Primero, comentario bonito. Segundo, sonrisa del otro y respuesta al comentario bonito con otro. Tercero, sonrisa del primero. Y así todo el rato.
–Bueno. –Digo yo sonriendo. –Mientras las sonrisas también sean bonitas, no me importa seguir esa estructura.

David me mira y se pone serio, como pensando en otra cosa. Al instante recupera su expresión alegre y responde, dejándome sin palabras:
–Te aseguro que la tuya siempre ha sido perfecta.
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¡Hola!
 Bueno, escribo esto solo para agradeceros de nuevo a los que estáis siguiendo Taquilla 229, porque realmente que me hace muy feliz que esteis ahí. Pero, este capítulo en particular (sino es todo el libro) quiero dedicársele a Ángela y a Celia. Que el otro día por fin volví a verlas y me subieron los ánimos presionándome para que siga escribiendo. Así que aquí le tenéis, aunque no sea de los mejores. 
Infinitos besos, Taquilleros. Muchas gracias.
Sandra:)