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martes, 21 de mayo de 2013

9º Capítulo: Lucía.


–Más les vale haberse dado el lote. –Suelta Paula, después de mirar el reloj por décima vez.
–Dales tiempo, Doña Prisas. Sabes que en cuanto a esos temas, Ángela no tiene un historial muy largo, déjale disfrutar.
–Vale, sí, que me parecen monísimos y todo lo que tú quieras, pero es que hemos quedado a las 20:00 para volver, y son las 20:45. Para que al final venga y nos diga que ni siquiera le ha dado un pico. Hay que ser santa, de verdad, ésta niña…con todos los que podría haber tenido y…
–¡Tía, cállate! –Le grito impaciente. –Está allí, ya viene.

Esperamos con los brazos cruzados, y a medida que se va acercando, podemos distinguir mejor a Ángela. Está radiante, con esa sonrisa que la caracteriza. Por fin es ella de nuevo, está tan...

–¿Mojada? –Inquiere la espontánea de Paula tocando el pelo a Ángela. –¿Estás mojada?
–Es que no os lo creeríais. –Contesta Ángela, aún ensimismada –.Si tuviera que elegir un “top ten” de tardes perfectas, sin duda ésta estaría de las primeras.

Empezamos a recorrer tranquilamente el camino que nos lleva a casa. Mientras, Paula y yo escuchamos encantadísimas cómo David y Angy han jugado en la playa como niños pequeños, cómo él se ha despedido de ella con un intenso abrazo, cómo se ha pillado mutuamente mirando hacia atrás una vez que ya se habían ido…Y, por supuesto, cómo “la santa” de Ángela ha puesto en ridículo a una camarera por celos.

Y es, a raíz de esa historia que empiezo a reflexionar sobre algo…abstracto. Algo intocable, casi imposible para algunos. Algo incontrolable, indescriptible e insaciable. Eso que nos pintan de maravilloso cuando somos pequeños, y  nos estrella contra una pared cuando crecemos. Algo que nos pasamos la vida buscando. 

Tras separarnos en el sitio de siempre, continuamos cada una por su respectivo camino. Ángela cuesta abajo, yo hacia la derecha, y Paula por la izquierda.

Paso por delante de casa de David, que, a juzgar por la bici tirada en frente de las escaleras, ya está en casa. Y a juzgar por el coche aparcado al lado, su madre también ha debido de llegar, ésta vez pronto, de su insufrible trabajo.

David es un chico excepcional. Es mejor que cualquier otro chico, es distinto. No sé qué me hace decir eso, pero lo es, todos los saben. Pero, la otra pregunta que me planteo es: ¿Por qué es diferente? Quiero decir, ¿por qué Ángela está perdidamente enamorada de David y, por ejemplo, yo no? ¿Qué nos hace enamorarnos? Las personas son las mismas, ¿no?

Abro la puerta de mi casa, ni siquiera saludo, estoy demasiado inmersa en mis cavilaciones, así que entro en mi habitación y me dejo caer en la cama, aún pensando en cosas sin explicación. Una cosa me lleva a la otra. Para descifrar una necesito volver al enigma anterior. De pronto, me encuentro en un mar de preguntas, ideas y hasta fantasías.

 Así que, de repente, me inunda una inmensa necesidad de escribir. De escribir todo lo que estoy pensando y sintiendo. ¿Para qué? No tengo ni idea. Puede que para investigar las ideas más tarde. ¿Por qué? Nunca me había pasado, así que tampoco tengo respuesta.

Pero necesito hacerlo.

Cojo un cuaderno que me regaló mi madre cuando tenía 5  años. Una simple libreta, de éstas que se regalan para que los niños dibujen. Pero me pareció tan bonita que no sabía qué poner en la primera página. Al fin y al cabo, esa página es lo que impulsa a la persona que tiene la libreta entre sus manos a continuar leyendo o no. Y nunca he sabido qué poner.

Hasta hoy.

Por fin he encontrado un tema interesante. Algo básico, esencial. Algo demasiado típico, diría yo, pero mal expresado. Es, más bien, un tema mundial. Universal. Inhumano, incluso.

Rebusco entre mis cajones y por fin doy con lo que busco. Agarro la pluma firmemente, y con cuidadosa caligrafía, empiezo a escribir en el centro de esa página que tantos años lleva en blanco, y que hoy por fin tiene color. Escribo dos palabras y dejo que se sequen para pasar la página y comenzar a relatar.

Me paso la noche escribiendo. Y cuando digo la noche, me refiero a desde que me tumbé en la cama hasta que me suena el despertador. He rellenado casi todas las páginas del cuaderno. Y, antes de levantar la pluma por completo, vuelvo a la primera página y leo en voz alta esas dos sencillas palabras: “El amor”.