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lunes, 9 de diciembre de 2013

11º Capítulo: Finales Alternativos.

(Narra David) Ángela va a abrir la puerta mientras yo sirvo las bebidas. Supongo que será el de la pizzería. Mientras espero a que Ángela vuelva me paro a pensar. ¿En serio? ¿La vistes con tu ropa y le das de cenar una pizza? Qué romántico todo…Pero sé que se lo está pasando bien. Cómo para no. Está siendo un juego constante. No tengo ya ninguna duda; le gusto. Y ella está consiguiendo que me guste mucho más de lo que pensaba que me gustaba. Es tan perfecta…Y mi ropa le queda tan, tan, tan bien…

Entra a la cocina con la pizza, yo cojo las bebidas, y nos dirigimos al sofá.

–Bueno, ¿vemos una peli?– Propongo partiendo un trozo de pizza.
–Mmmm…–Dice mientras bebe. –¿Qué película?
–Para estas ocasiones una de miedo está bien…no sé…¿Paranormal Acti..?
–¡¡NO!!– Grita dejándome con la palabra en la boca. –Odio las pelis de miedo. Me…me…dan miedo.

Me la quedo mirando. ¿Me está vacilando? La miro más fijamente y al ver que habla en serio echo la cabeza hacia atrás soltando una carcajada. Ella se cruza de brazos fingiendo indignación.

–¿Sabes que están hechas para eso? –Digo aún entre risas. –Bueno, bueno. Veremos lo que la señorita quiera. ¿Cuál es tu película favorita?
Después de pensarlo un rato en silencio, murmura:
–“Un Paseo para recordar”. –Me mira y suelta una risa que me vuelve loco. –No tienes ni idea, ¿verdad? –Niego con la cabeza. –Es la primera película que me hizo llorar como si no hubiera un mañana.  Es de una pareja, básicamente, y él le demuestra un amor incondicional, por encima de todo. No sé, me transmite mucho. ­­–Me mira, seria, pero con un brillo precioso en sus ojos pardos. –Pero  no creo que sea una buena elección para ver contigo. –Dice levantándose y dejando dos trozos de pizza aún en la caja.

–¿Adónde vas? –Digo con un repentino miedo a que se me vaya de nuevo. Pero la veo subir las escaleras mirándome divertida. Vale, solo va al baño. Me vuelvo a sentar a esperarla. Unos minutos más no son nada comparados con un año.

(Narra Ángela)
Subo al baño dejando abajo a David con una cara de cordero degollado, como cada vez que me separo (por unos minutos) de él. Es tan mono...

Antes de ir al baño voy a la habitación y cojo mi bolso. Después entro en el baño y cierro la puerta detrás de mí. Me miro al espejo. Puf…¿cómo puedo tener a un chico así detrás de mi? Soy lo más corriente del mundo, no destaco en nada. Él tiene unos ojos para hipnotizar, un pelo para perderte, un carácter para enamorar…En fin. Me arreglo un poco el pelo y rebusco en mi bolso un caramelo de menta. Lo encuentro, y me lo meto en la boca. Me pongo un poco más de brillo de labios y me doy por terminada. Si esta noche me besa, tendré que estar preparada. Y sinceramente espero que lo haga.

Bajo las escaleras y veo que David ya no se encuentra en el salón. Habrá subido al otro baño. Recojo la caja de pizza y los vasos de la mesa y los llevo a la cocina. Les friego y les recojo. Vuelvo al salón y me siento en el sofá a esperar a que reaparezca. Tengo los nervios a flor de piel. Miro el reloj; las 12:35. Y yo subí al baño a y 20. ¿Me está dando a entender que no quiere que pase nada o qué?

Me levanto y empiezo a dar vueltas por el salón. Me paro en frente de una balda con muchísimos libros. Saco uno y leo el título:¨Cuando te encuentre.” De Nicholas Sparks. Vaya, nunca pensé que David leyera este tipo de libros. Recuerdo cuando yo lo leí, acabé llorando, cómo no.

Le abro para leer la última página y veo que hay unas hojas con una escritura a mano intercaladas entre las últimas hojas. Las leo con atención y me quedo quieta intentando adivinar de qué se tratan. Frunzo el ceño mientras lo leo.

­–Son finales alternativos. –Dice una voz detrás de mí.
Me doy un susto de muerte. Me giro y descubro a David mirándome intensamente. ¿Me habré metido en algo que no debía?
–Eh…perdón…solo…–Me dispongo a devolver el libro a su sitio, pero antes de hacerlo me supera la curiosidad y le pregunto: –¿Por qué?
Veo cómo se acerca a mí, me coge el libro de entre las manos y lo devuelve a la balda. Coge otros tres, los lleva a la mesa y se sienta en el sofá. Yo voy detrás de él.

–El verano pasado. –Empieza a contarme, recordando, casi dolorosamente. –Cuando tú…cuando tú no me dirigías la palabra, no podía hacer otra cosa más que pensar en ti. –Mierda. Es la primera vez que saca ese tema conmigo presente. Oh no, la noche se arruina. Seré gilipollas. Él prosigue: – Quería que eso parara, así que me dediqué a leer. Leí libros de todo tipo; de miedo, de aventuras, biografías…hasta que llegué a los de amor. Y descubrí que esos eran los que más me llenaban.

>>Los primeros que leí acababan todos bien, hasta que me topé con un libro en el que uno de los dos enamorados moría. No me gustó el final. Esos libros eran los que más me llenaban pero sentí tal vacío por dentro al leer ese…tuve la necesidad de escribir mi propio final.

>>A partir de ahí yo mismo busqué libros con finales trágicos para terminarles yo. –Me da los tres libros de la mesa y veo que uno de ellos es “Romeo y Julieta.”– Puedes comprobarlo, también tienen mi propio final. Y he de decir que a la chica siempre le ponía tu cara.

Miro los libros que me ha dado. En efecto, todos tienen esas páginas al final escritas con su desordenada letra. Me quedo muda. Esto es muy, muy personal. Y me lo está contando. Dios, este chico me encanta.

–Bueno…–Dice él. –Al menos el hecho de ser invisible para ti tuvo sus cosas positivas.
Le miro a los ojos. Fijamente.
–Yo…yo…­–Le cojo de las manos. –Mira, fue un malentendido. Y en estos últimos días me culpo constantemente, porque te hice daño. También me hice daño a mí misma, pero inconscientemente. Trataba de protegerme y acabé matándome. Supongo que ya sabes la historia. Te la habrá contado Lucía, así que no te la repetiré. Veo lo que te he hecho y… –De pronto no puedo seguir. Me doy por vencida. Me levanto. –Mira, es mejor que me vaya.

Doy dos pasos, pero él me agarra del brazo. Me giro bruscamente y me topo con sus ojos a centímetros. Bajo la mirada hasta sus labios, que se abren para susurrarme:
–Ya te has mantenido lejos de mi alcance por demasiado tiempo.

(Narra David)
Y la beso. La beso liberando casi violentamente todo mi amor sobre sus labios. Ella recibe el beso, rodeándome el cuello con los brazos, y nos dejamos llevar. No sé cuánto dura el beso, porque casi llego a perder el conocimiento. Cuánto tiempo esperando esto, esta sensación, y al fin está aquí.

Cuando nos separamos nos quedamos mirándonos mutuamente, apoyados en la frente del otro, respirando entrecortadamente.
–Entonces. –Empieza a murmurar Ángela. –¿Estoy perdonada 100%?
–¿No quedó claro el día que viniste a la cafetería del instituto, cariño? –Me sigue contemplando, exigiendo una respuesta clara. –Pues claro que sí, joder.

Me agacho para cogerla en brazos. La levanto y la beso de nuevo. Ahora que puedo hacerlo no voy a desperdiciar un momento. La llevo a mi habitación sin despegarme de sus labios y nos tumbamos en la cama.

No pasa nada más que besos, abrazos y murmullos. Así que no se cuándo precisamente, pero nos quedamos dormidos, juntos. Y por fin, esta noche, no necesito más que abrir los ojos y verla para soñar, puesto que siempre ha protagonizado mis sueños.


martes, 6 de agosto de 2013

10º Capítulo: ¿Espías o casualidades?

–Mmmm…cómo describirlo…¿un sueño?– Dice la voz de Sara a través del teléfono. –Sí, yo creo que ese chico es un sueño.
Me río. No hacía mucho que hablaba con Sara, pero en estos últimos dos días han pasado tantísimas cosas que soy incapaz de esperar dos semanas y media más para contárselas, cuando vaya a Málaga.

–Tengo muchísimas ganas de verte…–Le digo cambiando de tema, puesto que ya me ha dejado claro que opina que David es perfecto y que debo aprovechar la oportunidad. –¿Qué tal van las cosas por allí?

–Como siempre, aquí no hay taquillas milagrosas ni nada por el estilo.

–Bueno, –digo tras soltar otra carcajada.– ¿Y Jaime qué tal?– Hago la pregunta todo lo indiferente que puedo sonar, aunque realmente era al punto que quería llegar.

–Jaime, pues…–Empieza a decir ella. –Le he ido dejando caer que cuando vengas en julio no vas a volver con él, pero percibo que sigue esperándote. –Suspiro, impotente. –¿Qué vas a decirle?– Me pongo boca abajo en la cama y hundo la cara en la almohada.

–¿Sigue sintiendo algo por mí? ¿Después de tanto tiempo?

–Puede que no lo que sentía antes, pero fuiste su primera novia. Ha salido con algunas después de ti pero no estaba ni de lejos tan pillado como lo estaba contigo. Lo que sigue teniendo son esperanzas.

–¿Y si se las aplastas diciendo que tengo novio? –Sugiero.

–¡Acabas de dar por hecho que estarás con él antes de venirte! –Suelta, seguido de una carcajada. Yo me río a su vez.

La verdad es que no lo había pensado, ¿pasará algo antes de irme a Málaga? Mañana es el último día de curso, pero me quedan aún dos semanas antes de el 1 de julio, que es la fecha que le pedí a mi madre para irnos, así que seguiremos viéndonos…

–Pues espero que sí. –Digo, al fin. –Así tendría algo a lo que aferrarme para no volver con tu hermano.

–Pues a por él, chica. Aunque por lo que me dices, David tampoco opone resistencia. –Río de nuevo, porque tiene razón. –Bueno, te cuelgo que llegan mis padres y tengo que cenar. ¡Llámame en cuanto pase algo nuevo!

–Descuida. –La respondo antes de colgar.

Me quedo tumbada en la cama, en silencio. Miro el reloj y veo que son las 21:00. Aún no he cenado, mis padres no han llegado a casa, ¿dónde estarán? Cojo el teléfono y marco el número de mi madre, puesto que mi padre no suele oírlo y supongo que estén juntos.

–Dime, cielo. –Dice la voz de mi madre.
–Mamá, ¿dónde estáis? Me muero de hambre.
–Pues vas a tener que morirte un rato más. Hoy he salido antes de trabajar; mi jefa estaba de buen humor…y al salir me encontré con Cristina. Ya sabes, mi compañera de trabajo. Y bueno, hemos cogido su coche y nos hemos ido a tomar algo a las afueras de la ciudad. Ya sabes que me lo paso muy bien con ella y…
–Mamá. –Digo cortándola. Ya de por sí no calla, y cuando está nerviosa mucho menos. Al grano.
–Sí, bueno. Pues…que estamos perdidas. No sé dónde estamos porque hemos acabado en otra comunidad autónoma. Creo que estamos por Asturias…o qué sé yo.  
–¡¿QUÉ?! –Le grito. –¿Cuánto vais a tardar? –Pregunto, después de dar un profundo suspiro. –¿Lo sabe papá?
–Cielo, voy a tardar muchísimo. Y papá sí lo sabe, está conmigo. Fuimos a recogerle al salir de  la oficina. –Suelta una risa nerviosa. – ¡Qué desastre, madre mía!
–Mamá, sois increíbles. Voy a ver qué me hago de cena. No te agobies, ¿vale? Besos. –Le digo y cuelgo. A veces pienso que mi madre es una chica incoherente de 16 años metida en un cuerpo de 40. Pienso que hasta yo soy más madura que ella. Lo que me extraña es que mi padre haya dejado que eso sucediese. Ya les vale

Entro en la cocina, todavía riéndome de la situación en la que están mis padres y su amiga. Registro la nevera, los armarios, la despensa...decido hacerme unas palomitas y tirarme en el sofá a ver un rato la tele a esperar a que lleguen mis padres…si es que llegan esta noche.

 De pronto suena mi móvil. Número desconocido. Pienso en que será mi madre desde una cabina de teléfono o algo. Aunque no me imagino por qué. Descuelgo para averiguarlo.
–¿Sí? –Digo, cautelosa. Para descubrir una voz encandiladora que no esperaba escuchar.
–Hola, pelo bonito. –Dice David, con un tono sarcástico al repetir el mote que me puso ayer.
Me tiemblan las manos y el teléfono está apunto de caerse al suelo. ¿Qué hace llamándome a estas ahora? Bueno, ¿qué hace llamándome? No me preocupo ni de por qué tiene mi número, se le puede haber pedido a cualquiera. Simplemente dejo que una sonrisa ilumine mi rostro de oreja a oreja.
–¿David? –Digo riéndome. –¿Qué ocurre?
–Nada, quería hablar contigo. No puedo estar más aburrido, solo en casa. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando a que llegue mi madre?
El oír eso me recuerda a mi situación actual y de pronto se me ocurre un idea descabellada, pero que necesito intentar cumplir. Así que me armo de valor y pregunto:
–Oye, David. ¿Has cenado?
                                                  ***
 (Narra David.)

Cuelgo el teléfono y salto de la cama emocionado. Voy al baño, me lavo los dientes y me peino. Corro de nuevo hasta mi habitación. Abro el armario. Escojo unos pantalones largos color mostaza, una camiseta blanca y una camisa vaquera abierta a modo de chaqueta. Me pongo las Converse blancas, cojo las llaves y el móvil y salgo de casa. Veo la bici aparcada en la puerta, pero esta vez no la cojo. Voy a la casa de en frente y llamo al timbre. Abre la puerta una Lucía en pijama, con una coleta mal hecha que al verme abre los ojos como platos.

–¿Qué haces…?
–¿Dónde vive Ángela? –La interrumpo, nervioso.
–Ángela, pues…
–¡Corre! –La corto de nuevo, poniéndola nerviosa.
–¡Ay, espera que te doy la dirección! –Se mete de nuevo en su casa y al minuto vuelve con un trozo de papel con algo escrito en él. –Supongo que sabrás dónde es. –Me dice y me entrega el papelito.
–Perfecto, Lucía. Gracias, eres la mejor. –La abrazo torpemente, me doy la vuelta para irme pero siento que me agarra del brazo, pidiendo una explicación. –Me ha dicho que salgamos a cenar juntos.

Lucía esboza una inmensa sonrisa y me dice:
–Venga, pues corre.

La sonrío a modo de despedida y echo a andar. No sé dónde cenaremos. Si saldremos o nos quedaremos en su casa. Si tomaremos una pizza o querrá ir a un restaurante. No sé nada de esta noche, y sin embargo tengo la certeza de que va a ser perfecta.

Miro el papel de nuevo, y seguido miro el reloj. Son las 21:45. Ya estoy cerca de su casa. Uno de los privilegios de haberme recorrido la ciudad en bici cientos de veces es que me fijo en el nombre de las calles, cómo se llega a ellas, atajos…mi sentido de la orientación no está nada mal, así que llegaré sin problemas. No como mi madre. Esto me recuerda a ella. ¿Dónde se habrá metido? Mira que irse por ahí, casi sin saber a dónde…solo por haberse encontrado a su compañera saliendo del trabajo. Desde luego…

Interrumpo mis pensamientos al pararme en frente de la casa. Consulto el papel para ver si es la dirección. Coincide. Es una casa de dos pisos, de un tamaño medio. Tiene jardín alrededor y un muro con una verja que lo separa de la calle. Parecido a mi casa y a la de Lucía.

Vale, he llegado. Miro el reloj; perfecto, siempre puntual. Estoy tan nervioso…¿Qué hago? Ah, sí, camina, David, camina. ¿Qué me pasa? Creo que soy consciente de que esta tarde puede pasar algo y nuestra relación avanzará. Suspiro: Sí, espero que avance.

Ando por el caminito de piedra que va a dar a su puerta y me coloco en frente. Inspiro profundamente y llamo al timbre. Cuando se abre la puerta me doy cuenta de que he estado aguantando la respiración, cosa que se me corta cuando la veo tan deslumbrante, delante de mí. Con el pelo semi recogido, tan liso y brillante como siempre, con sus increíbles ojos pardos, analizándome. Con un ajustado vestido color coral por encima de la rodilla, y unas sandalias de tacón no muy alto. Dios santo, ¿y dicen que la perfección no existe? Pues ahora mismo está sonriéndome en la puerta de su casa.

–Hola. –Me dice tímidamente.
–Hola. –Le dedico mi mejor sonrisa. –Estás más que preciosa.
–Oh, tú siempre lo estás. –Dice, ruborizándose. La veo coger el bolso de la mesita de la entrada. –¿Vamos?

Le asiento y le tiendo la mano, que ella acepta con una sonrisa, y salimos del recinto, giramos a la izquierda, y caminamos hacia el centro de la ciudad.

–Por cierto, ¿adónde vamos? ­–Inquiere.
–Mmmm…digamos que, para ser sincero, el sitio me da exactamente igual.
Se ríe.
–Oh, ¿es así como engatusas a todas? ¿Dándoles prioridad? –Dice, burlona.
–No sé por qué hablas en plural. –Digo frunciendo el ceño, pero divertido.
–Bueno, tú lo sabrás mejor que nadie, ¿no? –Ha sonado más seria.
–Eh…pues no...
Creo que sé a qué se refiere, y no sé por qué ha salido con eso.
–No tengo tanta práctica como piensas, Angy. –Digo, anticipándome a su siguiente comentario.
–¿No? ¿Con cuántas has salido? ¿20? ¿30? –Me mira mientras seguimos caminando y abre mucho los ojos. –¿50?
–¡Que no! –Digo soltando una carcajada. –Ángela, nunca he tenido una relación en condiciones con nadie.
Baja la cabeza y noto que sonríe.
–¿Y tú con cuántos? –Intento sonar todo lo indiferente que puedo, pero me muero de ganas por saberlo. Alza la cabeza y me mira, angustiada.
–Con uno. –Da un intenso suspiro. La miro, con una interrogación dibujada en la cara. ¿Qué le hizo ese tío? –Es de Málaga, y le prometí volver con él cuando fuera de visita.
–Oh…–Veo cómo mi mundo se queda a oscuras. –¿Y cuándo irás? –Pregunto con un hilo de voz.
–En julio, dos semanas y media. Tengo ganas de ir, pero no sé cómo decírselo.
Y veo la luz de nuevo. No va a volver con él, ¿verdad?
–¿Decirle qué? –Pregunto inocentemente.
–Que ya no le quiero como antes, de esa forma. Que…–Me mira, y entrelaza sus dedos con los míos, consiguiendo que una descarga eléctrica recorra mi cuerpo. –Que quiero a otro.

Madre mía. ¿Cómo respondo yo a esto? Está siendo una indirecta, ¿Qué va a ser sino?
Los inoportunos recuerdos de cuando decidió dejar de hablarme invaden mi mente. ¿Y si vuelve a hacerlo? ¿Y si vuelve a irse, de repente? No lo soportaría, no después de haber conseguido tanto estos días. Pero necesito saber por qué lo hizo. Bueno…Lucía me contó por qué, pero quiero saber qué sintió, oírlo de su boca. Y necesito saberlo ahora.

–Oye, Ángela…–La miro fijamente, y la aprieto más la mano como acto reflejo; para que no se me escape. –¿Por qué…?

Y no puedo terminar la frase, porque un trueno me interrumpe y nos sobresalta. Espero a que el sonido se extinga del todo sin darle la menor importancia  e intento volver a hablar, pero numerosos relámpagos y truenos inundan el cielo. Levanto la vista y veo que éste e está visiblemente encapotado. Y antes de darnos cuenta, estamos empapados. Empieza a llover de forma estridente. Miro a mis alrededores, confuso, y veo gente corriendo en todas las direcciones, subiéndose a coches, refugiándose donde pueden…Analizo el sitio y me doy cuenta de que estamos relativamente cerca de mi casa. Miro a Ángela, que tiene la misma expresión que yo, y grito por encima del ruido de la tormenta:

–¡Corre, vamos a mi casa!

Y echamos a correr bajo la lluvia, con las manos entrelazadas.

                                         * * *
(Narra Ángela)
–¡Vives en frente de Lucía! –Le digo, entusiasmada, al pasar la puerta de su casa.
Me mira, con una sonrisa de “¿Y te crees que no lo sé?” en la cara. ¿Se han estado viendo? ¿Cómo es eso? No puedo evitar sentir una punzada de celos.

Entro hacia el salón, que es lo que primero que te encuentras al abrir la puerta, pero me indica que subamos las escaleras, supongo que a su habitación. Guau, voy a estar en la habitación de David, cuántas chicas estarían matando por ser yo. Una sonrisa triunfal ilumina mi cara. Pero, ¿qué es eso de que no ha tenido ninguna relación? ¡Es imposible! ¡Podría haber tenido cientas de ellas! Pero puede que ninguna fuera lo que buscaba…oh, David, cada vez me siento más culpable por haberme distanciado de él sin ni siquiera darle una explicación, y encima, cada día le entiendo más. Tengo que explicárselo algún día, tal vez esta noche.

Un cosquilleo me recorre el cuerpo al pensar en esta noche, ¿qué ocurrirá? Bueno, en principio…¿ocurrirá algo? Sacudo la cabeza; ya lo veré.

 Mantengo los nervios a flor de piel mientras llegamos a su habitación. Es grande, bastante grande. Tiene una gran ventana en frente de la puerta, y un armario al lado. Una cama a la derecha, pegada a la pared, su escritorio al otro lado, las paredes decoradas con cuadros, baldas…Muy acogedor, y sobre todo muy David.

–Pasa. –Me invita, algo avergonzado. –Ehm, ¿te presto algo para cambiarte de ropa? Estás empapada.

Oh, claro, la ropa. Me miro y descubro que tengo el vestido y las sandalias como sopas. Madre mía, qué vergüenza, ¿ponerme su ropa? Me arde la cara.

–A no ser que quieras que te inunde la casa, estaría bien. ­–Digo en voz baja.
–Comparto la idea. Espera a que me cambie y ahora buscamos algo. –Y en cuanto dice eso, se quita la camiseta. Ay, ay, ay, ay. Me doy la vuelta en una acto reflejo y le oigo reírse, pero no dice nada. Me muerdo el labio recordando la imagen perfecta de un dios de ojos verdes divertidos, pelo revuelto y mojado, sin camiseta y con unos vaqueros color mostaza caídos. Calma, Ángela, autocontrol.

Espero a que se cambie, y cuando me dice que ya está, me giro y veo que se ha puesto una camiseta de manga corta blanca y unos pantalones de chándal grises. ¿Por qué todo le queda tan bien? Encima lo sabe. Maldito, perfecto creído

–Bueno, ¿qué se puede poner la señorita? –Dice y se acerca lentamente a mí…ah, al armario. Me siento en la silla del escritorio y me quito las sandalias, esperando a que me encuentre algo. –Toma, esto servirá. A mí me queda pequeño. Te esperaré abajo, ¿vale? –Asiento y cojo lo que me tiende mirándole embobada. Él ríe de nuevo, y se va. Pienso en el “no pensaba rendirme” que me dijo hace unos días y lo comprendo. Quiere conseguirme. Lo está consiguiendo y lo sabe.

Me levanto de la silla, me quito el vestido y me pongo la ropa que me ha prestado, que huele maravillosamente a él. Miro el resultado en el espejo; Unos pantalones de deporte que sí que me quedan ajustados, y una camiseta como la que él lleva puesta, que me queda grande, hasta debajo del trasero. Ni tan mal. Me miro la cara y sonrío. Oh, yo también sé jugar a esto. Me suelto completamente el pelo mojado, me le revuelvo un poco y me quito el maquillaje que se ha corrido por la lluvia. Busco en mi bolso el lápiz de ojos, el rímel y el brillo de labios (que es lo único que sé aplicarme) y me lo vuelvo a echar. Me miro de nuevo, salgo de la habitación y bajo las escaleras inocentemente.

Me le encuentro en la cocina rebuscando en armarios, cajones, en la nevera…me apoyo en el marco, observándole. Se da cuenta de mi presencia y me mira. Me analiza de arriba abajo descaradamente y una sonrisa le va iluminando el rostro.

–Debería pensar en obligarte a ir con mi ropa siempre. Estás muy atractiva.

¡Sí, sí, sí! Doy saltitos y palmas por dentro. Es justo lo que quería. Pero no te muestres débil, Ángela; a jugar.
–¿Y cómo me obligarías? –Digo, y me adentro en la cocina, a su lado.
–Bueno, ya es la segunda…digamos la tercera vez que te secuestro. No dudes de mis capacidades. –Me derrito en 3, 2, 1…–¿Qué hacemos de cena? –Pregunta, sin dejarme contraatacar. Jo, quiero conocer más al David seductor.

–Antes de que llamaras, estaba a punto de hacerme unas palomitas…–De pronto me acuerdo de mi madre.
–¿Palomitas?
–Sí, no sé cocinar más cosas. –Digo, distraída. –Oye, tal vez debería llamar a mi madre. Me preocupa dónde se haya metido.
–¿Qué la pasaba? –Dice mientras sigue sacando cosas de armarios.
Me río. ¿Qué imagen le daré de mi madre?
–Saliendo del trabajo se encontró con su compañera de la tienda en la que trabajan, fueron a buscar a mi padre a la oficina, salieron a tomar algo y están perdidos por otra comunidad autónom…–Se gira, bruscamente. –¿Qué pasa?

Me mira, con los ojos entrecerrados. ¿Qué hace?

–¿Tu madre se llama Cristina, trabaja en una tienda de ropa a media jornada por las tardes y tiene una compañera que se llama Julia?

Me quedo paralizada. Ha dado de lleno en todo. ¿Me espía o algo? ¿ME ESTOY ENAMORANDO DE UN ESPÍA?

–Si te cuento la historia de por qué mi madre no está en casa, lo entenderías. ­–Continúa diciendo, y sigo recelosa. – Porque coincidiría con la tuya. –Oh, creo que acabo de pillarlo. –¡Nuestras madres son compañeras!
–¡Madre mía! –Siento entusiasmo y alivio; ha roto la teoría estúpida (pero probable) del espía. –Qué coincidencia. Todo lo que me ha hablado mi madre de Julia…por lo visto son exactamente iguales.
–Créeme, conozco a tu madre de haber ido a saludar a la mía a la tienda, y son iguales. –Se ríe. –Oh, y no hace falta que la llames; cuando estabas cambiándote he llamado a la mía y me han dicho que están en un motel en un pueblo de Asturias. ­­–Remarca el nombre de la comunidad.

Me llevo la mano a la frente…solo le podía pasar a mi madre. Bueno, a nuestras madres. Guau, se conocen. No sé por qué, pero me siento más cercana a David, que sigue buscando algo al parecer invisible por la cocina.

–¿Pero qué buscas?
–Has dicho que no sabes cocinar, ¿no? Busco el número de una pizzería; no cocinaré solo.

Suelto una carcajada. Esta noche promete. 

martes, 21 de mayo de 2013

9º Capítulo: Lucía.


–Más les vale haberse dado el lote. –Suelta Paula, después de mirar el reloj por décima vez.
–Dales tiempo, Doña Prisas. Sabes que en cuanto a esos temas, Ángela no tiene un historial muy largo, déjale disfrutar.
–Vale, sí, que me parecen monísimos y todo lo que tú quieras, pero es que hemos quedado a las 20:00 para volver, y son las 20:45. Para que al final venga y nos diga que ni siquiera le ha dado un pico. Hay que ser santa, de verdad, ésta niña…con todos los que podría haber tenido y…
–¡Tía, cállate! –Le grito impaciente. –Está allí, ya viene.

Esperamos con los brazos cruzados, y a medida que se va acercando, podemos distinguir mejor a Ángela. Está radiante, con esa sonrisa que la caracteriza. Por fin es ella de nuevo, está tan...

–¿Mojada? –Inquiere la espontánea de Paula tocando el pelo a Ángela. –¿Estás mojada?
–Es que no os lo creeríais. –Contesta Ángela, aún ensimismada –.Si tuviera que elegir un “top ten” de tardes perfectas, sin duda ésta estaría de las primeras.

Empezamos a recorrer tranquilamente el camino que nos lleva a casa. Mientras, Paula y yo escuchamos encantadísimas cómo David y Angy han jugado en la playa como niños pequeños, cómo él se ha despedido de ella con un intenso abrazo, cómo se ha pillado mutuamente mirando hacia atrás una vez que ya se habían ido…Y, por supuesto, cómo “la santa” de Ángela ha puesto en ridículo a una camarera por celos.

Y es, a raíz de esa historia que empiezo a reflexionar sobre algo…abstracto. Algo intocable, casi imposible para algunos. Algo incontrolable, indescriptible e insaciable. Eso que nos pintan de maravilloso cuando somos pequeños, y  nos estrella contra una pared cuando crecemos. Algo que nos pasamos la vida buscando. 

Tras separarnos en el sitio de siempre, continuamos cada una por su respectivo camino. Ángela cuesta abajo, yo hacia la derecha, y Paula por la izquierda.

Paso por delante de casa de David, que, a juzgar por la bici tirada en frente de las escaleras, ya está en casa. Y a juzgar por el coche aparcado al lado, su madre también ha debido de llegar, ésta vez pronto, de su insufrible trabajo.

David es un chico excepcional. Es mejor que cualquier otro chico, es distinto. No sé qué me hace decir eso, pero lo es, todos los saben. Pero, la otra pregunta que me planteo es: ¿Por qué es diferente? Quiero decir, ¿por qué Ángela está perdidamente enamorada de David y, por ejemplo, yo no? ¿Qué nos hace enamorarnos? Las personas son las mismas, ¿no?

Abro la puerta de mi casa, ni siquiera saludo, estoy demasiado inmersa en mis cavilaciones, así que entro en mi habitación y me dejo caer en la cama, aún pensando en cosas sin explicación. Una cosa me lleva a la otra. Para descifrar una necesito volver al enigma anterior. De pronto, me encuentro en un mar de preguntas, ideas y hasta fantasías.

 Así que, de repente, me inunda una inmensa necesidad de escribir. De escribir todo lo que estoy pensando y sintiendo. ¿Para qué? No tengo ni idea. Puede que para investigar las ideas más tarde. ¿Por qué? Nunca me había pasado, así que tampoco tengo respuesta.

Pero necesito hacerlo.

Cojo un cuaderno que me regaló mi madre cuando tenía 5  años. Una simple libreta, de éstas que se regalan para que los niños dibujen. Pero me pareció tan bonita que no sabía qué poner en la primera página. Al fin y al cabo, esa página es lo que impulsa a la persona que tiene la libreta entre sus manos a continuar leyendo o no. Y nunca he sabido qué poner.

Hasta hoy.

Por fin he encontrado un tema interesante. Algo básico, esencial. Algo demasiado típico, diría yo, pero mal expresado. Es, más bien, un tema mundial. Universal. Inhumano, incluso.

Rebusco entre mis cajones y por fin doy con lo que busco. Agarro la pluma firmemente, y con cuidadosa caligrafía, empiezo a escribir en el centro de esa página que tantos años lleva en blanco, y que hoy por fin tiene color. Escribo dos palabras y dejo que se sequen para pasar la página y comenzar a relatar.

Me paso la noche escribiendo. Y cuando digo la noche, me refiero a desde que me tumbé en la cama hasta que me suena el despertador. He rellenado casi todas las páginas del cuaderno. Y, antes de levantar la pluma por completo, vuelvo a la primera página y leo en voz alta esas dos sencillas palabras: “El amor”.



martes, 5 de febrero de 2013

8º Capítulo: Guerras de agua (Á)


Miro el reloj y acelero la marcha. Lucía y Paula me van a matar. Habíamos quedado a las 6 y son las 6:30 y acabo de salir de casa. No, no, no, no, no, ¿quién me habrá mandado tumbarme al sol en la terraza? Era obvio que me iba a quedar dormida. Con las ganas que tenía de quedar con ellas…

Lucía y Paula son mis dos mejores amigas. Las tres somos inseparables. Tengo muchas más amigas,(tanto en Málaga como aquí)  pero ellas fueron las que se acercaron a mí al llegar al instituto y eso las hace muy especiales. Pero, últimamente Paula ha estado pasando por unos momentos duros tras el divorcio de sus padres, así que la tengo que poner al tanto de todo. Aunque si no me doy prisa Lucía empezará a relatarle mi historia antes de que yo llegue.

Llego a la parada del bus que está a unos 4 minutos de mi casa y veo que el autobús se ha retrasado y queda otra media hora para que pase. Genial, encima me toca ir andando. Llamo a Lucía para avisarla de que llegaré tarde, bastante más tarde, pero le tiene apagado. Entonces llamo a Paula y me coge su madre diciéndome que se ha dejado el móvil en casa. ¿Por qué este día ha empezado tan bien y está acabando así?

Después de 35 minutos andando a paso ligero por fin llego a la bahía, que es donde habíamos quedado. El asma está a punto de matarme por la carrera, así que al  divisar a las chicas saco el inhalador que siempre llevo en el bolso.

–¿Has venido de correr la maratón? –Bromea Lucía mientras me abraza.- Ay, mi asmática impuntual.
–Ahora nos invitas a un refresco.- Me dice Paula sonriendo.
–Perdonadme chicas. Es que me he quedado dormida y el bus no venía…-Empiezo a explicarme mientras caminamos hacia un bar.- Y vosotras ¿para qué tenéis los móviles, guapas?- Paula mira en el bolso y se da cuenta de que no lleva el móvil. Y Lucía enciende el suyo.
–Emm…¡Encima nos echas la culpa de llegar una hora tarde!- Yo sonrío. Sé que no es plato de buen gusto, pero no las ha molestado.
–De verdad que lo siento muchísimo.- Repito.
Entonces Paula y Lucía se paran en medio de la calle y se quedan mirando algo.
-Pues yo no lo sentiría…- Dice entonces Lucía esbozando una sonrisa pícara.
Paula suelta un gritito emocionada.
–Pero ¿qué pasa?- Digo yendo donde están e intentando ver qué las ha llamado la atención.
–Si no llegas a venir tarde, no estarías al lado de…
–¿Ángela? –Dice una voz detrás de mí seguida de un frenazo. Entonces me giro y veo a un chico rubio, con unos ojos más verdes que nunca a causa del sol. Ahora lo entiendo todo.
–Hola, David.- Mascullo intentando disimular la sonrisaza de boba que se me ha puesto. Él me devuelve la sonrisa y se baja de la bici.
Me acerco a él para darle dos besos. Pero él se acerca y me estrecha entre sus brazos, dándome un abrazo asfixiante. No entiendo muy bien por qué lo hace, pero me quedaría así de por vida.

–¡Ohhhh! ¡Cuánto amor!– Canturrean Paula y Lucía viendo la escena. Lo que hace que David me suelte y yo me ruborice un poco. 
–Bueno, y…¿Adónde vas?– Le pregunto a David, evitando uno de esos silencios incómodos que peligraba con asomarse.
–No, vengo de estar con los chicos, pero…–Entonces se queda callado, como escogiendo las palabras. –Hace mucho calor y se han ido todos.
–¿De verdad se van por el calor?– Le pregunto, incrédula.
–Dijo la malagueña –Bromea, sonriéndome. Bueno, supongo que yo podré soportar más calor que ellos, pero no me parece una razón de peso para que chicos de 17 años se vayan a su casa a las 19:00 de la tarde. Aún así, no doy importancia al tema y seguimos la conversación.

Después de 5 minutos Paula nos interrumpe:
–Bueno, tortolitos, Lucía y yo nos vamos a dar un paseo. Que aquí sobramos. – Nos dice con una sonrisa de tonta. Miro a David, que está intentando aguantarse una sonrisa.
–Amm…Vale…pero ¿me llamáis para volver juntas a casa?– Inquiero, con una intención de os-tendré-que-contar-lo-que-ha-pasado en la pregunta.
–Claro. ¡Hasta luego, chicos! –Me echan una última mirada cómplice y se van.
Respiro hondo. Vale, estoy a solas con David, y no estamos en el instituto. Esto es nuevo, y no sé qué hacer.
Antes de decir nada me giro para mirarle y me le encuentro riéndose.
–¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?– Digo sin poder evitar una sonrisa al verle así.
–No sé. La forma en que se han ido.– Dice aún entre risas. –Bueno, ¿te apetece tomar algo?– Yo asiento, aún sin creerme la situación en la que estoy.
Nos dirigimos hacia una cafetería que tiene una gran terraza con vistas al Mar Cantábrico. David se dirige hacia la mesa más apartada y yo me siento en frente. Justo en cuanto tomamos asiento aparece una camarera realmente joven. Debe de tener más o menos de nuestra edad, así que estará aquí de aprendiz.

Una vez que ya hemos pedido -y que la camarera le haya guiñado un ojo a David- clavo la vista en el mar. Observo cómo las olas rompen al llegar a la playa. Cómo la brisa provoca pequeños remolinos con la arena. Cómo una pareja camina de la mano por la orilla, jugando con el agua. Doy un gran suspiro y levanto la vista al cielo.
–Cómo echaba de menos el sol…– Susurro, casi para mí misma.
Me giro para David y me le encuentro con la cabeza ladeada y mirándome dulcemente.
–¿Echas mucho de menos Málaga?– Me pregunta. Supongo que habrá relacionado el comentario.
–Bueno, a veces sí. –Respondo, y me acerco un poco más a la mesa arrastrando la silla. –Pero ahora mismo no.– Suelto, casi sin pensar.
David sonríe abiertamente. Sé que es muy típico decirlo, pero realmente su sonrisa es perfecta. Aunque, a diferencia de muchas otras, es una sonrisa sincera. Todos sus sentimientos salen a la superficie a través de ella.
–Tampoco te dejaría irte.

Pero bueno, ¿qué se supone que debo hacer cuando me dice esas cosas? ¿No sabe que me mata? Sí, es una bonita forma de morir, pero me hace parecer estúpida sonriéndole siempre a modo de respuesta.
–Repito: No me iría nunca. –Justo después de obtener otra sonrisa por su parte, vuelve la camarera con los refrescos.
–Gracias. ­–Murmura David cuando le sirve el suyo.
La camarera se gira hacia mí y me posa el vaso delante.
–Y este para tu novia. –Comenta la camarera. Al ver que nos miramos y nos incomodamos, dice otra vez con intención: –Oh, entiendo. No es tu novia…¡Qué pena! Con lo guapísimo que eres y lo majo que pareces…

Una oleada de calor me recorre por todo el cuerpo. Y no, no es de esas que siento cuando David me abraza, me habla o me sonríe. No, es una de las que te joden viva, porque no hay otra explicación. De esas que se sienten cuando otra se da cuenta de lo increíble que es el chico del que, aunque no quieras admitirlo, estás enamorada. En otras palabras; celos.

–Sí, y realmente lo es, ¿eh?– La respondo con la sonrisa más falsa que soy capaz de poner. –Se percibe a simple vista. Pero…es una lástima que una camarera cuya rutina se resume en servir vasos en mesas y cuya interrupción de la monotonía se basa en ponerte delantal o no, no pueda llegar a su altura. –La suelto, sintiéndome terriblemente mal, pero añadiendo después:– Ah, y las bebidas para llevar, por favor.  

La camarera se queda con la boca abierta, sin saber qué responder. La verdad es que no entiendo por qué he hecho lo que acabo de hacer, pero no he podido controlarme. Yo no soy así. De hecho, no me gusta la gente que es así. Juzgar a otros sin conocer su vida no me parece precisamente algo de lo que pueda presumir que hago; pero lo he hecho. Y me ha salido del fondo del alma. Así que antes de pedirla perdón y quedar mal delante de David, sigo inescrutable mirando cómo recoge los vasos de nuevo y les lleva a la barra para ponerles para llevar.

David se levanta para salir fuera y yo le sigo. Temo que ahora piense que soy la peor persona del mundo, pero su cara no parece mostrar ningún rasgo de molestia. De hecho, empieza a adoptar una expresión divertida a medida que vamos saliendo del local. Hasta el punto de estar riéndose sin ningún disimulo.

Le miro y le vuelvo a preguntar de qué se ríe. Pero éste niega con la cabeza, respira hondo y dice:
–¿Vamos a la playa? –Yo asiento y nos dirigimos hacia allí en silencio, bebiéndonos los refrescos.  

Cuando llegamos, David se quita las playeras y empieza a caminar por la arena. Yo le imito y le sigo hasta la orilla.
–¿No te haría gracia que ahora empezase a salpicarte y acabáramos empapados los dos, verdad? –Me pregunta, adentrándose hasta que el agua le llega por encima de los tobillos.
–Pues no mucho, si te soy sincera. –Digo riéndome. –Eso queda bonito en las películas, pero…–Y en ese instante comienza la guerra que estaba tratando de evitar.

David se gira y empieza a salpicarme con la helada agua de mar. ¿Para qué me pregunta, entonces? Yo corro hacia la arena para intentar evitarlo, pero él me alcanza, me coge en brazos y me va metiendo poco a poco en el mar hasta el punto de estar totalmente calados. Jugamos como dos niños pequeños, más adentrados o en la orilla, pero sin parar de reír.

Después de unos minutos así nos tumbamos en la arena, encima de la chaqueta anteriormente seca que David se había quitado antes de la batallita. Empezamos a hablar y la conversación resulta tan fluida que casi no nos damos cuenta de que el sol se está hundiendo en el cielo. Así que me incorporo un poco y me apoyo con los brazos. Estábamos casi secos, puesto que el sol estaba de nuestro lado, pero mi pelo aún estaba húmedo.

David mira el reloj y se incorpora del todo, aunque no muestre señas de que vaya a irse ya. Me mira, respira hondo y me dice de repente:
–¿Sabes? La mayoría de nuestras conversaciones siguen la misma estructura.
–¿A qué te refieres?– Pregunto, aunque creo saber por dónde van los tiros.
–Son: Primero, comentario bonito. Segundo, sonrisa del otro y respuesta al comentario bonito con otro. Tercero, sonrisa del primero. Y así todo el rato.
–Bueno. –Digo yo sonriendo. –Mientras las sonrisas también sean bonitas, no me importa seguir esa estructura.

David me mira y se pone serio, como pensando en otra cosa. Al instante recupera su expresión alegre y responde, dejándome sin palabras:
–Te aseguro que la tuya siempre ha sido perfecta.
             ______________________________________________________

¡Hola!
 Bueno, escribo esto solo para agradeceros de nuevo a los que estáis siguiendo Taquilla 229, porque realmente que me hace muy feliz que esteis ahí. Pero, este capítulo en particular (sino es todo el libro) quiero dedicársele a Ángela y a Celia. Que el otro día por fin volví a verlas y me subieron los ánimos presionándome para que siga escribiendo. Así que aquí le tenéis, aunque no sea de los mejores. 
Infinitos besos, Taquilleros. Muchas gracias.
Sandra:)

martes, 29 de enero de 2013

7º Capítulo: Traiciones (D)


¿Habéis tenido alguna vez las ganas de gritar de alegría? ¿Sentir una especie de euforia inyectada en vena? ¿Que notes cómo la tensión se hunde, dando paso a una sensación de felicidad? Eso es lo que provoca tener de nuevo cerca de la persona más bonita del planeta. Y ya si la encuentras sonriendo, es eso multiplicado por 10.

Cuando la vi esta mañana, cuando la tuve delante, cuando hablé con ella como al principio hacíamos…No consigo saber por qué lo ha hecho, qué la ha impulsado a venir esta mañana y no ayer a la cita. Pero no me importa. Me importa que lo ha hecho. Y que tengo posibilidades de que sienta algo por mí, tal y como me dijo Lucía.

Cojo la bici tras despedirme de ella llamándole “Pelo bonito”, refiriéndome a una conversación que tuvimos esta mañana. La verdad es que habrá pensado que soy patético, pero me vale con que piense en mí. Hoy me ha hablado. Me ha sonreído. Me ha hecho reír…¿Tenéis la menor idea de cuánto tiempo he esperado este momento? Estoy viviendo un sueño. Bueno, más que eso. Debería haber un término que especifique cuando un sueño es perfecto. Cuando es malo se denomina “pesadilla”, ¿por qué no se pone uno para cuando es bueno? Aunque, pensándolo bien, esos sueños suelen tener nombres de personas. En mi caso; Ángela.

Me subo a la bici cuando Jesús y Mario se me acercan:
–¡Rompe corazones! –Me “saluda” Mario. –¿Qué te traes con Angelita?
–¿Qué? –Respondo sorprendido.
–Venga, David. –Alejandro baja un poco la voz, inclinándose más hacia mí. –A Marcos le has despistado, principalmente porque es estúpido, pero nosotros no nos lo tragamos. –¿Desde cuándo te gusta, colega? –Inquiere Mario.

Vale, me he perdido, ¿desde cuándo mis amigos son así de espabilados? Bueno, hoy no me he preocupado en que no se notase lo que siento por Ángela, así que les debo una explicación.

–Tíos, esta tarde nos vemos y os lo cuento.- Les contesto. –A las 5 donde siempre, ¿vale?

Me despido ellos y empiezo a pedalear. “Donde siempre” es una pequeña plaza rodeada de grandes árboles, con una mediocre fuente en medio y cuatro bancos rodeándola. La plaza pasa desapercibida, muy desapercibida. De hecho casi nunca, por no decir nunca, hay nadie allí. Excepto nosotros. Es como nuestro rincón secreto. La mayoría de las veces nos vemos allí todos y después decidimos dónde ir. Pero en situaciones como estas, actúa como nuestro lugar de reflexión, consejo y consuelo. No llevamos a nadie allí a no ser que realmente sea alguien muy especial. Igual de importante que nuestro escondite.

Llego a casa pasados 15 minutos. Mi madre no está. La han ascendido pero el nuevo contrato empieza en julio. Así que hago lo de siempre: Como y me tiro en el sofá. En otras ocasiones haría deberes pero no tengo. Así que me quedo ahí hasta que llega la hora de irme a la plaza.

Cuando abro la puerta para salir, veo a Lucía con la mano en el timbre.
-Lucía, ¿qué haces aquí?- Le digo saliendo por completo y cerrando a mis espaldas.
Percibo como en su cara se dibuja una enorme sonrisa. Y creo adivinar cual es el motivo.

-¡¡¡¡¡DAVID!!!!!-Grita, salta y me abraza.-¡Ay, que lo has conseguido!
-¿Qué he conseguido el qué?-Le pregunto con dificultad debido a su asfixiante abrazo.
-¿Pero tú eres tonto? ¿Qué va a ser? ¡Ángela, trabado!
-Ah.-Asiento con la cabeza.- ¿Pero se puede saber qué he conseguido?- Pregunto intentando disimular el efecto que el ‘Tema Ángela’ provoca en mí.
-Pues ganártela, chico. ¿No habéis estado todo el día de parejita feliz?-
-Oh, eso.-Digo después de soltar una carcajada.- Fue ella la que se presentó en la cafetería esta mañana para disculparse por no acudir ayer a la cita.-Digo, y me encojo de hombros.- Me lo ha puesto bastante fácil.
-¿Ah, sí? No me ha contado nada de eso…bueno, esta tarde hemos quedado así que ya hablaré con ella.-Mira el reloj.- Y hablando de eso, me tengo que ir que llego tarde. ¡Hasta mañana, enamorado!
La hago un gesto con la mano puesto que no me da tiempo de decirle nada. Si no fuera porque la veo todos los días sentada en clase sin moverse, diría que esta chica es hiperactiva. No para quieta. Es increíble la energía que tiene.

Como siempre, cojo la bici y pedaleo hasta la plaza y llego en unos 20 minutos. Cuando llego me doy cuenta de que están allí los 5, no solo Alex y Mario.

-Ya era hora, chaval.- Me dice Pablo. Miro y reloj y veo que llego algo tarde.
-Lo siento.- Digo mientras me desmonto de la bici.- Es que me entretuvo Lucía al salir de casa.
-Ah, que no solo es Ángela.- Bromea Jesús gesticulando.- ¿¡También Lucía!? ¡Pero déjale algo al pobre Marcos!- Todos nos reímos de su comentario excepto Marcos, que se cruza de brazos y desvía la mirada.
-Bueno -Dice Mario dejando de reír al ver la expresión de Marcos.-, empieza a contarnos tu historia de amor.- Dice, algo sarcástico.
-Vale.- Respiro hondo, y me siento en el bordillo de la fuente, en frente de ellos.- ¿Os acordáis de qué estabais haciendo el 24 de enero a las 9:45 de la mañana?

Al oír esto, se miran desconcertados sin saber a qué viene el comentario. Me indican que no con la cabeza.
-Bien.- Continúo.- Yo estaba conociendo a la chica de mis sueños.




Dicho eso, proseguí con mi historia. Les conté todo lo que había pasado y cómo me había sentido en cada momento. Desde ese día en las taquillas, hasta esta mañana en clase, pasando por aquel interminable verano sin ella.

Nunca me habría visto en aquella situación, contándoles mis sentimientos a mis amigos. Sonaba estúpido y cursi, pero sabía que ellos, de alguna manera, me entendían. Bueno, todos menos Marcos, que miraba para otro lado y fingía desinterés cuando realmente estaba escuchándome con atención.

Esto me hace recordar el numerito de esta mañana. Cuando Marcos está con una chica resulta patético, pero con Ángela hoy fue demasiado. Nunca le había oído soltar semejantes estupideces a una chica. O, al menos, nunca me habían causado ese efecto.

Sin darle importancia al asunto, termino mi relato y espero a obtener una respuesta. Aunque todos se han quedado callados, es Alex quien rompe el silencio:
-Tío…si realmente has sentido y te ha pasado todo eso con 17 años…
-…Es amor de verdad.- Dice Jesús terminando la frase. Sonrío al ver que piensan eso y que me apoyan.
-Pues a mí me parecen mariconadas.- Suelta Marcos levantándose.

Le miro incrédulo. ¿Lo he oído bien? No puede ser que haya dicho eso.  Le contemplo intentando hallar algo que me indique que se trata de una broma, pero no lo hay. Miro a los demás y veo que su reacción es la misma.
-Hey, tío. Te calmas antes de decir gilipolleces. -Dice Pablo, levantándose del banco también y mirando fijamente a Marcos. A lo que este se encoje de hombros y dice:
-Es solo un capricho. Ángela le parece mona y la quiere añadir a su lista de notitas tontas de la taquilla, ¿verdad, David? Es para lo que quieres a las chicas. Para sentirte superior teniéndolas de admiradoras e ignorándolas. Creyéndote inalcanzable.

Me pongo tenso. Abro la boca para responderle, pero no me salen las palabras. ¿Qué está diciendo? Eso no tiene ni pies ni cabeza. Él sabe que no soy así. ¿Qué le pasa a mi amigo?
-Eso sí.- Continúa Marcos esbozando una sonrisa divertida.- Estará buena, pero me da que tonta es un rato.- Entonces reacciono. Doy tres grandes pasos hasta donde está él y me planto delante consiguiendo que dé un paso hacia atrás y se estremezca. Le tiembla el labio, pero  mantiene la sonrisa para aparentar.

No sé por qué ha dicho eso, no sé qué le he hecho, no sé qué le pasa, pero no tiene razones ni motivos para decir cosas que sabe que no son verdad. Para acusarme de cosas que les he explicado mil veces que no hago. Y muchísimo menos, de faltarle al respeto a ella.
Me acerco a él despacio. Noto cómo mis músculos se ponen en tensión  y el sudor baja por mi frente.
-Repite eso.- Le digo muy lentamente, para que el mensaje se le quede grabado.- Y te juro que te hundo.

Jesús, Pablo, Mario y Alex se levantan y nos separan. La situación ha girado en un sentido inesperado.
-¡Paraos quietos!- Grita Mario.- Tú –dice señalando a Marcos-, ¿qué narices te estás inventando ahora? ¿Qué maldita mosca te ha picado para tratar así a tu amigo?
-Y tú –Dice Alex mirándome a mí –Dime que no pensabas pegarle.
-No lo haría nunca.- Respondo,  totalmente de verdad.

Pero justo antes de largarse, como si no hubiera tenido suficiente, Marcos me señala y su cara se vuelve fría, aunque no consigo entender la expresión de sus ojos.
-Con 17 años no se está enamorado.

martes, 1 de enero de 2013

6º Capítulo: Mi punto débil. (A)


Camino con los nervios a flor de piel hasta el instituto. Cuando llego me quedo quieta en frente de la puerta de la cafetería. En principio David está ahí dentro, desayunando con sus amigos. O al menos eso me dijo que hacía.
Suspiro. “¿Qué haces aquí, Ángela?” Me pregunto en un murmullo, para aclararme las ideas.
Básicamente, ayer no fui a la cita. Así que he venido para disculparme por no haberle avisado. Pero, ¿y si me pide explicaciones? No puedo decirle que una amiga malagueña me ha abierto los ojos diciendo que tengo miedo de enamorarme. Porque…porque…¡No tiene sentido! Yo ya estaba enamorada de Jaime. O bueno, me gustaba muchísimo. En fin, me gustaba.
De todas formas solo estoy aquí por eso, porque no me gusta dar plantón a la gente y porque tengo que ser educada y pedirle perdón. Sí. Sin duda es por eso…aunque eso no explique por qué tengo el corazón desbocado y esté estudiando cada palabra que le voy a decir, porque no puedo soltarle que le evito porque no quiero entregarle la capacidad para romperme, para hacerme pedazos. Pero aún así, no estoy enamorada…¿Verdad?
Sacudo la cabeza; no saber ni siquiera lo que siento es estresante. ¿Por qué no se deja odiar? ¿Por qué no podría ser un gilipollas y dejarse olvidar? Simplemente como los demás. Con 17 años todos los chicos van de chica en chica… ¿Por qué el no? Claro, su estúpida perfecta sonrisa y sus inútiles ojos verdes  no me dejan irme pasado mañana del instituto y olvidarlo. No. Si se dejase odiar, en dos días no volvería a verle sonreír, ni mirar como él mira, ni oír el sonido de su risa…La cual resuena en mi cabeza. Ahora mismo. Es más, estoy oyendo su risa. Cada vez más cerca. ¿Me estoy volviendo loca? ¿Qué narices…?
-Bueno, bueno, bueno. ¿Pero qué preciosidad tenemos aquí hoy?- Dice un chico que acaba de salir de la cafetería refiriéndose a mí. -¿Cómo te llamas, linda?
No sé por qué, pero su cara me resulta familiar…
Y antes de poder contestarle, otro chico, el que imagino será amigo suyo, sale de la cafetería diciendo:
-Marcos, otra vez no…Nos das vergüenza ajena.
-Ay, Pablo, cállate. Tú no sabes ligar. –Dice de nuevo Marcos.
-Ah, ¿y tú sí? –Le suelto mientras otros dos más salen y se ríen de mi comentario que han alcanzado a oír.
-Bueno, preciosa. –Continúa Marcos, para mi desesperación- Te he preguntado tu nombre.- Y al decir eso me rodea los hombros con el brazo y me da un beso en la mejilla. Bien, es especialista en hacer sentir incómodas a las chicas.
-Án…-Empiezo a mascullar y me paro en seco al darme cuenta de por qué conozco a estos chicos. Los amigos de David. El mismo que en este momento está pasando por el umbral de la puerta. Tan fantástico como siempre. Me mira y no puede evitar un gesto de sorpresa inmediatamente interrumpido por una de sus sonrisas.
-Ángela.-Dice él en un susurro.
-Así que te llamas, Ángela, ¿eh? Precioso nombre, pero no más precioso que tú. Aunque he de decir que el nombre se ciñe bastante a cómo eres.-Dice estrechándome más contra él. ¿Pero de dónde ha salido este tío?
Miro a David en busca de socorro y descubro que se ha puesto tenso.
-Marcos, haz el favor de soltarle. Es demasiado para ti.- Dice David con tono amigable pero firme. Al oír el comentario me tiemblan las piernas. ¿Se ha referido a mí, no? –Además –Continúa diciendo.-Tiene que ayudarme a mirar una cosa de la bici que me mosquea, dado que ninguno de vosotros tiene ni idea. ¿Os creéis que ha venido para ver a Marcos?- Y al decir eso, se adelanta y me coge de la mano para sacarme de la trampa letal  de Marcos.- Vamos, Ángela.- Dice guiñándome un ojo.
David me conduce afuera, antes de que ninguno de sus amigos pueda añadir algo más.
Vale, ha llegado el momento. Estoy a solas con David.
“Ángela, cíñete a lo estrictamente educado.” Aunque sea difícil teniéndole de la mano. Se me nublan los pensamientos hasta que el sol me hace ciega momentáneamente al salir del edificio.
-Es…¿Es así con todas?- Le pregunto, preparando el terreno.
-Contigo lo ha sido en especial.- Dice serio.- Dice que le atrae que le rechacen; así que por eso le gustan todas.-Y ahora sí, se asoma en su rostro una sonrisa traviesa. Y añade:-Supongo que sabes que a mi bici no le ocurre nada, ¿no?
-Lo suponía.-Respondo sonriendo.- ¿Cómo sabías que quería hablar contigo?
-Bueno, en verdad no lo sabía. Pero al menos te has dejado secuestrar.
-Pues gracias por haberme secuestrado.
-Te secuestraría para siempre.-Dice bajando el tono. Y antes de que yo reaccione añade:- Y bueno, si es así ¿qué querías decirme?- Dice mirándome a los ojos. Lo cual me hace sentir pequeña.
-Eh…bueno sí…-Empiezo a mascullar.-Verás, creo que te diste cuenta de que no acudí ayer a la…
-Estás perdonada.-Me interrumpe.
-¿Qué?
-Estabas perdonada antes de todo esto.
-Creo que me he perdido.-Digo desconcertada. ¿No se había enfadado?
-Mmm…-Murmura desviando la mirada.- Digamos que no pensaba rendirme.- Y al ver que no logro comprender a qué se refiere, me coge de la mano y me guía de nuevo hacia dentro.-Ya te darás cuenta. Vamos a clase, que llegamos tarde.
Vale, vale, vale, vale, vale. Tranquila, Ángela. No está molesto, ni enfadado. Esto ha salido mejor de lo que imaginaba. Esto sí que es manera de terminar el curso, sí señor.
Llegamos a clase cuando ya ha sonado el primer timbre. Acudimos, aún dados de la mano, a nuestros sitios. Yo  delante y él detrás. Como siempre. Pero esta vez marco la diferencia, me giro y le digo:
-Bueno, estarás ya harto de tener mi pelo delante.-Digo riéndome.
-La verdad que no. Tú pelo es genial, ¿sabes?
-Mi pelo es como cualquier otro, David.-Digo, pero sintiéndome halagada.
-Tu pelo y tú sois especiales.-Dice, y suena el segundo timbre. Le sonrío de oreja a oreja y él me devuelve el gesto. Me giro para mirar al profesor que entra por la puerta y veo a Lucía dos filas más adelante. Ésta me mira sonriendo y me hace gestos de emoción. Conociéndole, estará incluso más emocionada que yo.
Miro al profesor, le oigo, pero no le escucho. Tengo que concentrarme en resistir las ganas que tengo de girarme y hablarle. Y es más difícil de lo que parece. Cuando tu punto débil está detrás, la mayor tentación es girarse.
                                                                    * * *
Es el único día que puedo decir que se me ha hecho corto. En el primer recreo David se fue con sus amigos y yo le expliqué a Lucía lo que había pasado. Se mostró más que emocionada; la reacción esperada. Y en el segundo recreo nos juntamos todos, David y sus amigos y Lucía y yo. Y lamentablemente también Marcos, que siguió flirteando conmigo exageradamente. Y pude percibir que a David no le gustaba nada que lo hiciera.
Acaba de tocar el último timbre. Ya no nos mandan deberes, así que esta tarde he quedado con Lucía. ¡Qué ganas de tener más que 15 minutos para hablar con ella! Y creo adivinar cual va a ser el tema principal de esta tarde.
Ya fuera, en la piña que se monta a la salida del instituto, veo que David coge su bici.
-¡Hasta mañana, David!- Me atrevo a decirle antes de caminar hacia mi casa.
-Hasta mañana, pelo bonito.-Me dice riéndose. Es un mote más que estúpido pero me río. Con tal de que se dirija a mí cualquier cosa me valdría.
____________________________________________________________
PD. Siento mucho no haber escrito más durante este tiempo. La verdad es que no tenía tiempo o no sentía ganas de seguir. Y escribir obligada es como mentiros, porque yo comencé con este blog porque amo escribir.
Y bueno, aprovecho para deciros que este capítulo es más pequeño que los anteriores, pero que os preparéis para lo que viene. :) ¡Y QUE ME DEJÉIS ALGÚN COMENTARIO, JO!
Muchísimos besos y muchísimas gracias. 
Sandra. 

viernes, 24 de agosto de 2012

5º Capítulo: Un héroe. (D)


Suena el timbre de última hora. Lucía y yo nos levantamos corriendo, recogemos y bajamos las escaleras a la velocidad de la luz. Cuando llegamos a las taquillas jadeando, doblo el papel y la meto en la taquilla 229.
Solo queda que la lea.
Bajamos las escaleras con la misma expresión; una sonrisa. Lucía es una de esas personas que, probablemente, se alegra más de las cosas ajenas que de las propias, por eso está tan ilusionada como yo.
Al llegar abajo cojo la bici y le acompaño hasta la parada del bus.
­–¿Sigues sin querer venir conmigo, no? –Me dice ella, adivinando la respuesta.
–Sí. Si quieres que vayamos juntos a casa, tendrás que comprarte una bicicleta.
–Mmm… –Murmura –.No es mala idea, me lo pensaré –.Se sube al autobús y me despide con la mano.
 No hemos mencionado más sobre el tema de la nota porque ya lo hemos hablado durante todo el día y no nos queda más qué decir.
Entonces empiezo a pedalear. Como siempre, mi corazón necesita pensar en Ángela, pero evito pensar en ella para no ponerme nervioso. Bueno, más de lo que estoy. Aunque resulta casi imposible no pensar en lo que te hace sonreír todos los días, en la razón por la que la ilusión vuelve a florecer en ti. Resulta imposible no pensar en la felicidad; y ella es mi felicidad.
Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy bordeando la esquina que me lleva a mi calle; desde luego, Ángela es mi pasatiempo favorito.  Llego a mi casa y al abrir la puerta descubro que, como casi siempre, no hay nadie. Aunque cada vez estoy más acostumbrado a estar solo en casa, ya no tengo miedo a los monstruos del armario y esas cosas.
 Así que voy a la cocina, como, hago los deberes –que hoy son incluso menos que ayer –y entro en mi habitación para prepararme.
Paso media hora probándome cosas, aunque me gusten todas. Más que nada, lo hago para pasar el rato. Al final me quedo con unos pantalones azules y una camisa blanca, de lo más sencillo. Después voy al baño y me peino mi precioso pelo, ( porque otra cosa no, pero mi pelo es precioso. Hay que ser realistas) me lavo los dientes y me miro al espejo; no voy mal. Me quedo mirándome un rato más por puro aburrimiento mientras pienso en por qué seré tan “popular” entre las chicas. Yo me veo de lo más normal a excepción del pelo, que es lo único que destaca en mí. O al menos eso creo…
No pienso más en el tema porque es algo que me resulta imposible de saber, así que me voy del baño y me tiro en el sofá para entretenerme un poco. Y al cabo de un rato miro el reloj: 17:30. La cita es en media hora. ¡Por fin!
Salgo de casa corriendo sin apagar la televisión, aunque no vaya a llegar tarde. Con la mente casi en blanco –a excepción de las misma cosas…bueno, de la misma cosa de siempre –llego al Parque Lluvia.
He elegido este lugar para la cita porque, aunque sea el parque más grande que hay en esta ciudad me parece íntimo, precioso y mágico. Precisamente lo que es Ángela, con respecto a las últimas dos cosas.
Me siento en un banco de la entrada a esperar a la razón de mi sonrisa. Todavía quedan 10 minutos para las 18:00, pero a pesar de saberlo, miro el reloj cada dos segundos: los nervios hacen acto de presencia. Entonces empiezo a pensar en qué haremos. Y más importante, en qué haré yo cuando la vea. Espero no ponerme aún más nervioso y empezar a decir cosas estúpidas…
Miro el reloj de nuevo; las 18:05. Bueno, estará al caer. Me levanto, como preparándome para la llegada.
18:15.
18:25.
18:30.
Vale. ¿Qué está pasando? He empezado a dar vueltas y la gente ya me mira con lástima. Son las 18:30. ¿Por qué no está aquí?
Un sentimiento empieza a recorrerme el cuerpo, dejándome casi sin respiración. En la nota ponía en el Parque Lluvia, aunque no haya dicho en qué parte del parque, pero es que resulta obvio. Esta es la entrada principal. Aunque a lo mejor ha entrado por otra…
Aferrándome a eso empiezo a correr. Subo cuestas, las bajo, giro a izquierda y a derecha, me meto en sitios cerrados, recintos…pero no la encuentro. Doy la vuelta completa al parque tres veces, y esta vez ni a la tercera he vencido…estoy desconcertado.
Me siento de nuevo en el mismo banco de la entrada para respirar un poco.
 En mi mente, solo ronda una pregunta: ¿Por qué?
–¿Mal de amores, chico? –Dice una voz detrás de mí, asustándome.
Me giro y veo a un anciano mirándome. Éste da la vuelta al banco y se sienta al lado mío.
–Bueno… –digo con vergüenza –Se podría decir que sí.
–Especifiquemos; Un plantón, ¿no? –Dice amigablemente.
–En toda regla.
–Te he estado contemplando toda la tarde. Eres grande, chico. –El comentario me pilla por sorpresa y le miro con cara desconcertada. – Créeme. Llevo viniendo a este parque todas las tardes desde hace mucho tiempo, y nunca he presenciado algo así en un jovencito de…
–17, 17 años. –Digo, aún sin entender –Pero ¿a qué se refiere?
–Muchos chicos han venido aquí, han esperado 10 minutos y se han ido. Después han aparecido chicas buscándoles y se han ido con el corazón roto. “Si me quiere, me
buscará” pero si los dos piensan lo mismo, la historia no acaba bien. Nunca acaba bien. –Me quedo callado, asimilando lo que me ha dicho. ¿Adónde quiere llegar? –Tú, sin embargo, has esperado y después la has buscado, sin rendirte. Solo por eso, por el simple hecho de no rendirte, ya eres un héroe.
–¿Yo? ¿Un héroe, yo? La he buscado por desesperación. Pero no ha venido, simplemente ella no me quiere, es algo evidente. Porque si lo hiciera, ¿por qué no ha venido? Esto no es ser un héroe, es ser un estúpido. –Digo agachando la cabeza.
–Hey, nunca digas eso. Enamorarse no es de estúpidos, es de humanos.
Levanto la cabeza de golpe; “enamorarse”. Nunca había valorado esa palabra ni su significado. ¿Qué es enamorarse? ¿No poder vivir sin la otra persona? ¿Sonreír cada vez que piensas en ella? ¿Encontrar adorables hasta sus defectos? ¿Qué te tiemblen las piernas cuando está cerca? Porque si es eso, están enamoradas hasta mis pestañas.
–E…ena…enamorado… –Digo muy despacio con la mirada perdida.
–¡Bravo, chico! ¡Ya has aprendido una nueva palabra! ­–Dice irónicamente, logrando que me ria. –Muchacho, no me sé la historia completa, pero esa chica va a caer en tus brazos, como que me llamo Manuel. Si estás realmente enamorado, el Universo conspirará para darte lo que deseas, y en este caso es ella.
Sonriendo, me levanto y le doy la mano mientras digo:
–Muchísimas gracias, Manuel. Me ha ayudado mucho. ¿Está aquí todas las tardes, no? Vendré a verle cuando necesite consejo.
–O cuando la consigas –Dice con una sonrisa pícara –.Aquí estaré. Para lo que necesites. Ahora vete a casa, que ya es tarde.
–¡Hasta la próxima! –Digo mientras empiezo a correr hacia casa.
No es que sea tan tarde; son las 9:30. Pero necesito correr, para… ¿liberarme? No sé, puede que sea porque estoy excitado. Porque ese señor tiene algo que me ha hecho creerle, a pesar de ser un total desconocido. Aunque no me haya dicho nada importante, me ha dado fuerzas. Fuerzas para seguir. Fuerzas no rendirme. Fuerzas para ser un héroe.
                                                     * * *
En cuanto entro a casa mi madre viene donde mí, sonriente. Estas son las horas que más espero durante el día, porque mi madre y yo no coincidimos, respecto a horarios, por eso aprovecho las noches para hablar con ella, o simplemente estar a su lado. Y lo que más me gusta es que siempre sonríe, aunque esté cansada. Pero la sonrisa que tiene hoy es distinta, es…más brillante, más verdadera, más feliz.
–Mamá, ¿a qué viene esa sonrisaza?
–¡Hijo! ¿A que no adivinas qué ha pasado hoy?
–No sé…dime tú. –Digo mientras me quito las playeras.
–La encargada de las tiendas en la que trabajo… ¡Se ha jubilado! –Dice eufórica.
–Y eso significa que…
–¡¡SOY LA NUEVA ENCARGADA!! ¡Me han ascendido!
–¿Qué? ¿De verdad? ¡¡Eso es genial!! ¿Fuera horarios apretados?
–¡Fuera, del todo! –Dice abrazándome.
Sinceramente se lo merece, lleva muchísimo tiempo dejándose la piel por las tiendas, y el nuevo trabajo de encargada es más llevadero y con algo más de recompensa.
–Me alegra un montón, mamá. Lo tienes merecido. –La digo sonriendo.
El resto de la noche pasa como siempre. Para mi sorpresa no he pensado mucho en Ángela; ese hombre me ha dado confianza. No sé lo que haré, pero conseguiré algo a mi favor. Aún me quedan 3 días, ¿no? En 72 horas se pueden hacer milagros.

A la mañana siguiente me despierto, me visto y me preparo para ir al instituto. Exactamente igual que todas las mañanas. Pero, de repente, se me ocurre la idea de llamar por teléfono a Lucía y contarle lo que me pasó ayer, para mantenerla informada.
–¿Diga? –Contesta Lucía adormilada.
–Lucía, soy David.
–¡¡DAVID!! ¿Qué tal ayer? Menos mal que me llamas por esto, porque me has despertado, te levantas muy pronto, ¿eh?– Dice atropelladamente. Se ve que está despierta del todo.
–Sí, es que desayuno en la cafetería. Bueno, a ver…–empiezo a decir.
–¿Estáis saliendo ya, no? ¿Se lo aclaraste? Qué boni…
–No fue. –Digo interrumpiéndole.
–¿C-cómo?
–Lucía, no se presentó. No fue.
–Oh…David, lo siento mucho. Pensé que funcionaría. A lo mejor no leyó la nota… –Dice, como disculpándose.
–Sí, la tuvo que leer. Pero ¿sabes? No estoy triste. Hablé con un señor y me dio fuerzas. Voy a enamorar a Ángela.
–¿Qué hablaste con un señor? –Dice ella desconcertada.
–Sí, una larga historia. Bueno, solo quería que supieras eso. Te veo luego en el insti, ¿vale?
–Estás loco, David. Venga, hasta luego. –Dice riéndose mientras cuelga el teléfono.
Poso el teléfono, cojo la mochila y bajo hasta encontrar mi bici. Hoy pedaleo rápidamente, he perdido tiempo hablando con Lucía y los chicos tendrán hambre.
Como siempre, llego el último.
–¡Chaval! Hoy has tardado, ¿eh? –Dice Jesús.
–Lo siento. –Digo sin dar más explicaciones. – ¿Qué tienes pensado decirle hoy a Adriana? –Digo, dirigiéndome a Marcos con una sonrisa burlona. –
–¡Por fin! Echaba de menos tu humor, David. –Dice Mario.
–¿Qué? –Pregunto.
–Sí, últimamente estabas un poco…ido. ­­–Aclara Alejandro.
–¿En serio? –Digo incrédulo.
–Si, pero nada, no te preocupes. ¿Vamos? ¡Me muero de hambre! –Dice Pablo.
He estado ido… ¿desde cuándo?  ¿Les he dado de lado todo este tiempo? No lo comprendo…
Entramos a la cafetería revoltosamente. Adriana nos saluda con cariño y nos sentamos en la mesa de siempre. Desayunamos tranquilamente hablando del verano que se aproxima: adónde vamos a ir, qué vamos a hacer juntos, qué fichajes tienen…y en mitad de la conversación, ladeo la cabeza y veo algo que me deja helado. Algo que me riza el vello de emoción. Algo hermoso.
Algo perfecto.