–Mmmm…cómo
describirlo…¿un sueño?– Dice la voz de Sara a través del teléfono. –Sí, yo creo
que ese chico es un sueño.
Me río.
No hacía mucho que hablaba con Sara, pero en estos últimos dos días han pasado
tantísimas cosas que soy incapaz de esperar dos semanas y media más para
contárselas, cuando vaya a Málaga.
–Tengo
muchísimas ganas de verte…–Le digo cambiando de tema, puesto que ya me ha
dejado claro que opina que David es perfecto y que debo aprovechar la
oportunidad. –¿Qué tal van las cosas por allí?
–Como
siempre, aquí no hay taquillas milagrosas ni nada por el estilo.
–Bueno,
–digo tras soltar otra carcajada.– ¿Y Jaime qué tal?– Hago la pregunta todo lo
indiferente que puedo sonar, aunque realmente era al punto que quería llegar.
–Jaime,
pues…–Empieza a decir ella. –Le he ido dejando caer que cuando vengas en julio
no vas a volver con él, pero percibo que sigue esperándote. –Suspiro,
impotente. –¿Qué vas a decirle?– Me pongo boca abajo en la cama y hundo la cara
en la almohada.
–¿Sigue
sintiendo algo por mí? ¿Después de tanto tiempo?
–Puede
que no lo que sentía antes, pero fuiste su primera novia. Ha salido con algunas
después de ti pero no estaba ni de lejos tan pillado como lo estaba contigo. Lo
que sigue teniendo son esperanzas.
–¿Y si
se las aplastas diciendo que tengo novio? –Sugiero.
–¡Acabas
de dar por hecho que estarás con él antes de venirte! –Suelta, seguido de una
carcajada. Yo me río a su vez.
La
verdad es que no lo había pensado, ¿pasará algo antes de irme a Málaga? Mañana
es el último día de curso, pero me quedan aún dos semanas antes de el 1 de
julio, que es la fecha que le pedí a mi madre para irnos, así que seguiremos
viéndonos…
–Pues
espero que sí. –Digo, al fin. –Así tendría algo a lo que aferrarme para no
volver con tu hermano.
–Pues a
por él, chica. Aunque por lo que me dices, David tampoco opone resistencia.
–Río de nuevo, porque tiene razón. –Bueno, te cuelgo que llegan mis padres y
tengo que cenar. ¡Llámame en cuanto pase algo nuevo!
–Descuida.
–La respondo antes de colgar.
Me
quedo tumbada en la cama, en silencio. Miro el reloj y veo que son las 21:00.
Aún no he cenado, mis padres no han llegado a casa, ¿dónde estarán? Cojo el
teléfono y marco el número de mi madre, puesto que mi padre no suele oírlo y
supongo que estén juntos.
–Dime,
cielo. –Dice la voz de mi madre.
–Mamá,
¿dónde estáis? Me muero de hambre.
–Pues
vas a tener que morirte un rato más. Hoy he salido antes de trabajar; mi jefa
estaba de buen humor…y al salir me encontré con Cristina. Ya sabes, mi
compañera de trabajo. Y bueno, hemos cogido su coche y nos hemos ido a tomar
algo a las afueras de la ciudad. Ya sabes que me lo paso muy bien con ella y…
–Mamá.
–Digo cortándola. Ya de por sí no calla, y cuando está nerviosa mucho menos. Al
grano.
–Sí,
bueno. Pues…que estamos perdidas. No sé dónde estamos porque hemos acabado en
otra comunidad autónoma. Creo que estamos por Asturias…o qué sé yo.
–¡¿QUÉ?!
–Le grito. –¿Cuánto vais a tardar? –Pregunto, después de dar un profundo
suspiro. –¿Lo sabe papá?
–Cielo,
voy a tardar muchísimo. Y papá sí lo sabe, está conmigo. Fuimos a recogerle al
salir de la oficina. –Suelta una risa
nerviosa. – ¡Qué desastre, madre mía!
–Mamá,
sois increíbles. Voy a ver qué me hago de cena. No te agobies, ¿vale? Besos.
–Le digo y cuelgo. A veces pienso que mi madre es una chica incoherente de 16
años metida en un cuerpo de 40. Pienso que hasta yo soy más madura que ella. Lo
que me extraña es que mi padre haya dejado que eso sucediese. Ya les vale
Entro
en la cocina, todavía riéndome de la situación en la que están mis padres y su
amiga. Registro la nevera, los armarios, la despensa...decido hacerme unas palomitas
y tirarme en el sofá a ver un rato la tele a esperar a que lleguen mis padres…si
es que llegan esta noche.
De pronto suena mi móvil. Número desconocido. Pienso
en que será mi madre desde una cabina de teléfono o algo. Aunque no me imagino
por qué. Descuelgo para averiguarlo.
–¿Sí?
–Digo, cautelosa. Para descubrir una voz encandiladora que no esperaba
escuchar.
–Hola,
pelo bonito. –Dice David, con un tono sarcástico al repetir el mote que me puso
ayer.
Me
tiemblan las manos y el teléfono está apunto de caerse al suelo. ¿Qué hace
llamándome a estas ahora? Bueno, ¿qué hace llamándome? No me preocupo ni de por
qué tiene mi número, se le puede haber pedido a cualquiera. Simplemente dejo
que una sonrisa ilumine mi rostro de oreja a oreja.
–¿David?
–Digo riéndome. –¿Qué ocurre?
–Nada,
quería hablar contigo. No puedo estar más aburrido, solo en casa. ¿Sabes cuánto
tiempo llevo esperando a que llegue mi madre?
El oír
eso me recuerda a mi situación actual y de pronto se me ocurre un idea
descabellada, pero que necesito intentar cumplir. Así que me armo de valor y
pregunto:
–Oye,
David. ¿Has cenado?
***
(Narra David.)
Cuelgo
el teléfono y salto de la cama emocionado. Voy al baño, me lavo los dientes y
me peino. Corro de nuevo hasta mi habitación. Abro el armario. Escojo unos
pantalones largos color mostaza, una camiseta blanca y una camisa vaquera
abierta a modo de chaqueta. Me pongo las Converse blancas, cojo las llaves y el
móvil y salgo de casa. Veo la bici aparcada en la puerta, pero esta vez no la
cojo. Voy a la casa de en frente y llamo al timbre. Abre la puerta una Lucía en
pijama, con una coleta mal hecha que al verme abre los ojos como platos.
–¿Qué
haces…?
–¿Dónde
vive Ángela? –La interrumpo, nervioso.
–Ángela,
pues…
–¡Corre!
–La corto de nuevo, poniéndola nerviosa.
–¡Ay,
espera que te doy la dirección! –Se mete de nuevo en su casa y al minuto vuelve
con un trozo de papel con algo escrito en él. –Supongo que sabrás dónde es. –Me
dice y me entrega el papelito.
–Perfecto,
Lucía. Gracias, eres la mejor. –La abrazo torpemente, me doy la vuelta para
irme pero siento que me agarra del brazo, pidiendo una explicación. –Me ha
dicho que salgamos a cenar juntos.
Lucía
esboza una inmensa sonrisa y me dice:
–Venga,
pues corre.
La
sonrío a modo de despedida y echo a andar. No sé dónde cenaremos. Si saldremos
o nos quedaremos en su casa. Si tomaremos una pizza o querrá ir a un
restaurante. No sé nada de esta noche, y sin embargo tengo la certeza de que va
a ser perfecta.
Miro el
papel de nuevo, y seguido miro el reloj. Son las 21:45. Ya estoy cerca de su
casa. Uno de los privilegios de haberme recorrido la ciudad en bici cientos de
veces es que me fijo en el nombre de las calles, cómo se llega a ellas, atajos…mi
sentido de la orientación no está nada mal, así que llegaré sin problemas. No
como mi madre. Esto me recuerda a ella. ¿Dónde se habrá metido? Mira que irse
por ahí, casi sin saber a dónde…solo por haberse encontrado a su compañera
saliendo del trabajo. Desde luego…
Interrumpo
mis pensamientos al pararme en frente de la casa. Consulto el papel para ver si
es la dirección. Coincide. Es una casa de dos pisos, de un tamaño medio. Tiene
jardín alrededor y un muro con una verja que lo separa de la calle. Parecido a
mi casa y a la de Lucía.
Vale,
he llegado. Miro el reloj; perfecto, siempre puntual. Estoy tan nervioso…¿Qué
hago? Ah, sí, camina, David, camina. ¿Qué me pasa? Creo que soy consciente de
que esta tarde puede pasar algo y nuestra relación avanzará. Suspiro: Sí,
espero que avance.
Ando
por el caminito de piedra que va a dar a su puerta y me coloco en frente.
Inspiro profundamente y llamo al timbre. Cuando se abre la puerta me doy cuenta
de que he estado aguantando la respiración, cosa que se me corta cuando la veo
tan deslumbrante, delante de mí. Con el pelo semi recogido, tan liso y
brillante como siempre, con sus increíbles ojos pardos, analizándome. Con un
ajustado vestido color coral por encima de la rodilla, y unas sandalias de
tacón no muy alto. Dios santo, ¿y dicen que la perfección no existe? Pues ahora
mismo está sonriéndome en la puerta de su casa.
–Hola.
–Me dice tímidamente.
–Hola.
–Le dedico mi mejor sonrisa. –Estás más que preciosa.
–Oh, tú
siempre lo estás. –Dice, ruborizándose. La veo coger el bolso de la mesita de
la entrada. –¿Vamos?
Le
asiento y le tiendo la mano, que ella acepta con una sonrisa, y salimos del
recinto, giramos a la izquierda, y caminamos hacia el centro de la ciudad.
–Por
cierto, ¿adónde vamos? –Inquiere.
–Mmmm…digamos
que, para ser sincero, el sitio me da exactamente igual.
Se ríe.
–Oh,
¿es así como engatusas a todas? ¿Dándoles prioridad? –Dice, burlona.
–No sé
por qué hablas en plural. –Digo frunciendo el ceño, pero divertido.
–Bueno,
tú lo sabrás mejor que nadie, ¿no? –Ha sonado más seria.
–Eh…pues
no...
Creo
que sé a qué se refiere, y no sé por qué ha salido con eso.
–No
tengo tanta práctica como piensas, Angy. –Digo, anticipándome a su siguiente
comentario.
–¿No?
¿Con cuántas has salido? ¿20? ¿30? –Me mira mientras seguimos caminando y abre
mucho los ojos. –¿50?
–¡Que
no! –Digo soltando una carcajada. –Ángela, nunca he tenido una relación en
condiciones con nadie.
Baja la
cabeza y noto que sonríe.
–¿Y tú
con cuántos? –Intento sonar todo lo indiferente que puedo, pero me muero de
ganas por saberlo. Alza la cabeza y me mira, angustiada.
–Con
uno. –Da un intenso suspiro. La miro, con una interrogación dibujada en la
cara. ¿Qué le hizo ese tío? –Es de Málaga, y le prometí volver con él cuando
fuera de visita.
–Oh…–Veo
cómo mi mundo se queda a oscuras. –¿Y cuándo irás? –Pregunto con un hilo de
voz.
–En
julio, dos semanas y media. Tengo ganas de ir, pero no sé cómo decírselo.
Y veo
la luz de nuevo. No va a volver con él, ¿verdad?
–¿Decirle
qué? –Pregunto inocentemente.
–Que ya
no le quiero como antes, de esa forma. Que…–Me mira, y entrelaza sus dedos con
los míos, consiguiendo que una descarga eléctrica recorra mi cuerpo. –Que
quiero a otro.
Madre
mía. ¿Cómo respondo yo a esto? Está siendo una indirecta, ¿Qué va a ser sino?
Los
inoportunos recuerdos de cuando decidió dejar de hablarme invaden mi mente. ¿Y
si vuelve a hacerlo? ¿Y si vuelve a irse, de repente? No lo soportaría, no
después de haber conseguido tanto estos días. Pero necesito saber por qué lo
hizo. Bueno…Lucía me contó por qué, pero quiero saber qué sintió, oírlo de su
boca. Y necesito saberlo ahora.
–Oye,
Ángela…–La miro fijamente, y la aprieto más la mano como acto reflejo; para que
no se me escape. –¿Por qué…?
Y no
puedo terminar la frase, porque un trueno me interrumpe y nos sobresalta.
Espero a que el sonido se extinga del todo sin darle la menor importancia e intento volver a hablar, pero numerosos
relámpagos y truenos inundan el cielo. Levanto la vista y veo que éste e está
visiblemente encapotado. Y antes de darnos cuenta, estamos empapados. Empieza a
llover de forma estridente. Miro a mis alrededores, confuso, y veo gente
corriendo en todas las direcciones, subiéndose a coches, refugiándose donde
pueden…Analizo el sitio y me doy cuenta de que estamos relativamente cerca de
mi casa. Miro a Ángela, que tiene la misma expresión que yo, y grito por encima
del ruido de la tormenta:
–¡Corre,
vamos a mi casa!
Y
echamos a correr bajo la lluvia, con las manos entrelazadas.
* * *
(Narra
Ángela)
–¡Vives
en frente de Lucía! –Le digo, entusiasmada, al pasar la puerta de su casa.
Me
mira, con una sonrisa de “¿Y te crees que no lo sé?” en la cara. ¿Se han estado
viendo? ¿Cómo es eso? No puedo evitar sentir una punzada de celos.
Entro
hacia el salón, que es lo que primero que te encuentras al abrir la puerta,
pero me indica que subamos las escaleras, supongo que a su habitación. Guau,
voy a estar en la habitación de David, cuántas chicas estarían matando por ser
yo. Una sonrisa triunfal ilumina mi cara. Pero, ¿qué es eso de que no ha tenido
ninguna relación? ¡Es imposible! ¡Podría haber tenido cientas de ellas! Pero
puede que ninguna fuera lo que buscaba…oh, David, cada vez me siento más
culpable por haberme distanciado de él sin ni siquiera darle una explicación, y
encima, cada día le entiendo más. Tengo que explicárselo algún día, tal vez
esta noche.
Un
cosquilleo me recorre el cuerpo al pensar en esta noche, ¿qué ocurrirá? Bueno,
en principio…¿ocurrirá algo? Sacudo la cabeza; ya lo veré.
Mantengo los nervios a flor de piel mientras
llegamos a su habitación. Es grande, bastante grande. Tiene una gran ventana en
frente de la puerta, y un armario al lado. Una cama a la derecha, pegada a la
pared, su escritorio al otro lado, las paredes decoradas con cuadros,
baldas…Muy acogedor, y sobre todo muy David.
–Pasa.
–Me invita, algo avergonzado. –Ehm, ¿te presto algo para cambiarte de ropa?
Estás empapada.
Oh,
claro, la ropa. Me miro y descubro que tengo el vestido y las sandalias como
sopas. Madre mía, qué vergüenza, ¿ponerme su ropa? Me arde la cara.
–A no
ser que quieras que te inunde la casa, estaría bien. –Digo en voz baja.
–Comparto
la idea. Espera a que me cambie y ahora buscamos algo. –Y en cuanto dice eso,
se quita la camiseta. Ay, ay, ay, ay. Me doy la vuelta en una acto reflejo y le
oigo reírse, pero no dice nada. Me muerdo el labio recordando la imagen
perfecta de un dios de ojos verdes divertidos, pelo revuelto y mojado, sin
camiseta y con unos vaqueros color mostaza caídos. Calma, Ángela, autocontrol.
Espero
a que se cambie, y cuando me dice que ya está, me giro y veo que se ha puesto
una camiseta de manga corta blanca y unos pantalones de chándal grises. ¿Por
qué todo le queda tan bien? Encima lo sabe. Maldito, perfecto creído
–Bueno,
¿qué se puede poner la señorita? –Dice y se acerca lentamente a mí…ah, al
armario. Me siento en la silla del escritorio y me quito las sandalias,
esperando a que me encuentre algo. –Toma, esto servirá. A mí me queda pequeño.
Te esperaré abajo, ¿vale? –Asiento y cojo lo que me tiende mirándole embobada.
Él ríe de nuevo, y se va. Pienso en el “no pensaba rendirme” que me dijo hace unos
días y lo comprendo. Quiere conseguirme. Lo está consiguiendo y lo sabe.
Me
levanto de la silla, me quito el vestido y me pongo la ropa que me ha prestado,
que huele maravillosamente a él. Miro el resultado en el espejo; Unos
pantalones de deporte que sí que me quedan ajustados, y una camiseta como la
que él lleva puesta, que me queda grande, hasta debajo del trasero. Ni tan mal.
Me miro la cara y sonrío. Oh, yo también sé jugar a esto. Me suelto
completamente el pelo mojado, me le revuelvo un poco y me quito el maquillaje
que se ha corrido por la lluvia. Busco en mi bolso el lápiz de ojos, el rímel y
el brillo de labios (que es lo único que sé aplicarme) y me lo vuelvo a echar. Me
miro de nuevo, salgo de la habitación y bajo las escaleras inocentemente.
Me le
encuentro en la cocina rebuscando en armarios, cajones, en la nevera…me apoyo
en el marco, observándole. Se da cuenta de mi presencia y me mira. Me analiza
de arriba abajo descaradamente y una sonrisa le va iluminando el rostro.
–Debería
pensar en obligarte a ir con mi ropa siempre. Estás muy atractiva.
¡Sí,
sí, sí! Doy saltitos y palmas por dentro. Es justo lo que quería. Pero no te
muestres débil, Ángela; a jugar.
–¿Y
cómo me obligarías? –Digo, y me adentro en la cocina, a su lado.
–Bueno,
ya es la segunda…digamos la tercera vez que te secuestro. No dudes de mis capacidades.
–Me derrito en 3, 2, 1…–¿Qué hacemos de cena? –Pregunta, sin dejarme
contraatacar. Jo, quiero conocer más al David seductor.
–Antes
de que llamaras, estaba a punto de hacerme unas palomitas…–De pronto me acuerdo
de mi madre.
–¿Palomitas?
–Sí, no
sé cocinar más cosas. –Digo, distraída. –Oye, tal vez debería llamar a mi
madre. Me preocupa dónde se haya metido.
–¿Qué
la pasaba? –Dice mientras sigue sacando cosas de armarios.
Me río.
¿Qué imagen le daré de mi madre?
–Saliendo
del trabajo se encontró con su compañera de la tienda en la que trabajan,
fueron a buscar a mi padre a la oficina, salieron a tomar algo y están perdidos
por otra comunidad autónom…–Se gira, bruscamente. –¿Qué pasa?
Me
mira, con los ojos entrecerrados. ¿Qué hace?
–¿Tu
madre se llama Cristina, trabaja en una tienda de ropa a media jornada por las
tardes y tiene una compañera que se llama Julia?
Me
quedo paralizada. Ha dado de lleno en todo. ¿Me espía o algo? ¿ME ESTOY
ENAMORANDO DE UN ESPÍA?
–Si te
cuento la historia de por qué mi madre no está en casa, lo entenderías. –Continúa
diciendo, y sigo recelosa. – Porque coincidiría con la tuya. –Oh, creo que
acabo de pillarlo. –¡Nuestras madres son compañeras!
–¡Madre
mía! –Siento entusiasmo y alivio; ha roto la teoría estúpida (pero probable)
del espía. –Qué coincidencia. Todo lo que me ha hablado mi madre de Julia…por
lo visto son exactamente iguales.
–Créeme,
conozco a tu madre de haber ido a saludar a la mía a la tienda, y son iguales.
–Se ríe. –Oh, y no hace falta que la llames; cuando estabas cambiándote he
llamado a la mía y me han dicho que están en un motel en un pueblo de Asturias.
–Remarca el nombre de la comunidad.
Me
llevo la mano a la frente…solo le podía pasar a mi madre. Bueno, a nuestras
madres. Guau, se conocen. No sé por qué, pero me siento más cercana a David,
que sigue buscando algo al parecer invisible por la cocina.
–¿Pero
qué buscas?
–Has
dicho que no sabes cocinar, ¿no? Busco el número de una pizzería; no cocinaré
solo.
Suelto
una carcajada. Esta noche promete.