–Más
les vale haberse dado el lote. –Suelta Paula, después de mirar el reloj por
décima vez.
–Dales
tiempo, Doña Prisas. Sabes que en cuanto a esos temas, Ángela no tiene un
historial muy largo, déjale disfrutar.
–Vale,
sí, que me parecen monísimos y todo lo que tú quieras, pero es que hemos
quedado a las 20:00 para volver, y son las 20:45. Para que al final venga y nos
diga que ni siquiera le ha dado un pico. Hay que ser santa, de verdad, ésta
niña…con todos los que podría haber tenido y…
–¡Tía,
cállate! –Le grito impaciente. –Está allí, ya viene.
Esperamos
con los brazos cruzados, y a medida que se va acercando, podemos distinguir
mejor a Ángela. Está radiante, con esa sonrisa que la caracteriza. Por fin es
ella de nuevo, está tan...
–¿Mojada?
–Inquiere la espontánea de Paula tocando el pelo a Ángela. –¿Estás mojada?
–Es que
no os lo creeríais. –Contesta Ángela, aún ensimismada –.Si tuviera que elegir
un “top ten” de tardes perfectas, sin duda ésta estaría de las primeras.
Empezamos
a recorrer tranquilamente el camino que nos lleva a casa. Mientras, Paula y yo
escuchamos encantadísimas cómo David y Angy han jugado en la playa como niños
pequeños, cómo él se ha despedido de ella con un intenso abrazo, cómo se ha
pillado mutuamente mirando hacia atrás una vez que ya se habían ido…Y, por
supuesto, cómo “la santa” de Ángela ha puesto en ridículo a una camarera por
celos.
Y es, a
raíz de esa historia que empiezo a reflexionar sobre algo…abstracto. Algo
intocable, casi imposible para algunos. Algo incontrolable, indescriptible e
insaciable. Eso que nos pintan de maravilloso cuando somos pequeños, y nos estrella contra una pared cuando
crecemos. Algo que nos pasamos la vida buscando.
Tras
separarnos en el sitio de siempre, continuamos cada una por su respectivo
camino. Ángela cuesta abajo, yo hacia la derecha, y Paula por la izquierda.
Paso
por delante de casa de David, que, a juzgar por la bici tirada en frente de las
escaleras, ya está en casa. Y a juzgar por el coche aparcado al lado, su madre
también ha debido de llegar, ésta vez pronto, de su insufrible trabajo.
David
es un chico excepcional. Es mejor que cualquier otro chico, es distinto. No sé
qué me hace decir eso, pero lo es, todos los saben. Pero, la otra pregunta que
me planteo es: ¿Por qué es diferente? Quiero decir, ¿por qué Ángela está
perdidamente enamorada de David y, por ejemplo, yo no? ¿Qué nos hace
enamorarnos? Las personas son las mismas, ¿no?
Abro la
puerta de mi casa, ni siquiera saludo, estoy demasiado inmersa en mis
cavilaciones, así que entro en mi habitación y me dejo caer en la cama, aún
pensando en cosas sin explicación. Una cosa me lleva a la otra. Para descifrar
una necesito volver al enigma anterior. De pronto, me encuentro en un mar de preguntas,
ideas y hasta fantasías.
Así que, de repente, me inunda una inmensa
necesidad de escribir. De escribir todo lo que estoy pensando y sintiendo. ¿Para qué? No tengo ni
idea. Puede que para investigar las ideas más tarde. ¿Por qué? Nunca me había
pasado, así que tampoco tengo respuesta.
Pero
necesito hacerlo.
Cojo un
cuaderno que me regaló mi madre cuando tenía 5 años. Una simple libreta, de éstas que se regalan
para que los niños dibujen. Pero me pareció tan bonita que no sabía qué poner
en la primera página. Al fin y al cabo, esa página es lo que impulsa a la
persona que tiene la libreta entre sus manos a continuar leyendo o no. Y nunca
he sabido qué poner.
Hasta
hoy.
Por fin he encontrado un tema interesante. Algo básico, esencial. Algo
demasiado típico, diría yo, pero mal expresado. Es, más bien, un tema mundial. Universal.
Inhumano, incluso.
Rebusco
entre mis cajones y por fin doy con lo que busco. Agarro la pluma firmemente, y
con cuidadosa caligrafía, empiezo a escribir en el centro de esa página que
tantos años lleva en blanco, y que hoy por fin tiene color. Escribo dos
palabras y dejo que se sequen para pasar la página y comenzar a relatar.
Me paso
la noche escribiendo. Y cuando digo la noche, me refiero a desde que me tumbé
en la cama hasta que me suena el despertador. He rellenado casi todas las páginas
del cuaderno. Y, antes de levantar la pluma por completo, vuelvo a la primera página
y leo en voz alta esas dos sencillas palabras: “El amor”.
Muy chulo;)
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